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Amber Alley, '16


La fruta prohibida

     Mi familia y yo nos sentamos delante del televisor, anticipando el anuncio del ganador. Hacía ya varias semanas que yo miraba el concurso de canto árabe y me había emocionado ver un cantante palestino en el programa. "Mira, es él," mi madre me dijo. El ángulo de la cámara no mostró sus ojos. No obstante, yo vi que él era guapo. Destrozado por años de tensión política y extremismo islámico, los palestinos islámicos de la Franja de Gaza me parecían sombríos, impenetrables, y fríos.

     Sus ojos se clavaron en la cámara, tan marrones que ni siquiera podía verles las pupilas. Brillaban bajo las luces y con la emoción del escenario. Me hacían sentir como si fuera niña y me hubiera llenado la boca con tantas uvas como fuera posible, dulces y rechonchos. Los norteamericanos son adoctrinados por la idea que solamente los ojos claros son hermosos. Sin embargo, en la cultura árabe, los cantantes siempre veneran los ojos oscuros.

     En ese momento, me di cuenta de que él no era en absoluto el modelo de musulmanes que los medios de comunicación norteamericanos, o incluso los miembros distantes de mi propia familia cristiana, habían creado.

     En seguida, la atracción se cambió por el anhelo de una cultura y lengua que pensaba no tener nunca. Criada en Estados Unidos, mi único contacto con los árabes había sido por la familia, las noticias y los programas de televisión árabes. Siempre he sentido que era una palestina de segunda mano, experimentando mi cultura por los personajes ficticios, hablando árabe sin palabras suficientes para expresarme.

     Tal vez el aspecto más atractivo de él fue la pasión innegable por su voz, por su país, por su vida. Muchos muchachos de mi edad no tienen la pasión por nada. no ponen mucho de las emociones en nada. Me parecen sombríos, impenetrables, y fríos.

     Volví a la universidad unos meses más tarde. No podía dejar de pensar en él. ¿Qué está haciendo? ¿Adónde viajaré después?, me pregunté. ¿Podríamos conocernos?

     En ese momento empecé a ponerme triste. La mente me molestaba. ¿Y qué? ¿Y si él no tiene la misma atracción por ti que tú tienes por él? Y aunque pudiera haber una atracción entre nosotros, él era musulmán y yo cristiana. Había habido en Palestina una historia de harmonía entre los musulmanes de Gaza y los cristianos de Cisjordania, como en mi familia, hasta hace poco. Ahora, hay una división alimentada por un mensaje de violencia y odio. ¿Cómo puede un amor de dos jóvenes superar la lucha tan arraigada en una cultura tan testaruda? Pero mi mente solamente me servía para hacer las preguntas, no responder a ellas.

     Solamente sabía lo que sentía. El amor existe para mi de una manera cautivadora. Amaba a él como persona antes de amarle como hombre. Fue como el reunirse de dos almas, a miles de millas de distancia, con devociones, lenguas, y países distintos, que se chocaron cada vez que se miraron en los ojos del otro, los dos tan marrones que ni siquiera se les podía ver las pupilas.




vol. 11 (2014)
vol. 11 (2014)
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