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Yomaira López, '14


Un muerto cualquiera …

     Esta no es la historia de un muerto al que conocía, ni tampoco de un muerto al que le tenía algún efecto emotivo, este era un muerto cualquiera. Al velorio, fui con mi padre, que como "político", sentía la necesidad de ir a todos los velorios de cuerpo presente del pueblo. Para, quizás, mostrar ese lado sensible que las personas no veían en las campañas políticas.

     Una muerte, muy inesperada, sacudió al pueblo cuando un hombre de treinta y tantos años murió al caerse de la azotea de su casa tarde de la noche. Mi padre, soltero con dos niñas no tuvo otra opción que ir a velorio con ellas. El velorio, tenía que ocurrir la misma noche, ya que el muerto tenía que ser enterrado a primera hora el día siguiente. Antes, en los pueblos, cuando se "sabía" la causa de la muerte no se hacían autopsias ni mucho menos se gastaba dinero en preparar el muerto, "una dosis de formol y listo". En ese momento, no entendía la prisa del sistema ni la desesperación de mi padre por llegar lo antes posible a ver al muerto esa misma noche.

     El velorio, para una niña de 7 años parecía como una sucesión de imágenes extrañas o un rompe cabezas que no podía resolver. Me sentía muy confundía por el gentío que había, los cuales parecían formar un acto preparado en la presencia del muerto. Estaba la esposa, por un lado de la caja llorando desesperada decía - " ¿Señor porque te lo llevaste?" Una persona, le echaba fresco con un abanico de cartón para calmar su dolor. A su lado la madre y los hermanos casi recostados en la caja dando gritos desconsolados- "Mi muchachito" - decía la madre. Los hijos, seguro de mi edad, quizás se preguntarían ¿por qué estaba su padre acostado en medio de la sala?

     En ese momento, que para mi no parecía real ya que mi inexperiencia no sabia identificar las pesadillas de la realidad, llego mi padre y nos dijo- "espérame aquí y no se muevan" fue a darle un abrazo a los familiares y un " los acompaño en el sentimiento". Yo, al ver la desesperación de la gente y el griterío sentí muchísimo miedo, corrí hacia mi padre y al levantar la vista lo vi. Ahí estaba, el muerto. Con la cara pálida y un trapo blanco amarrado en la cabeza, ya que el golpe fue muy fuerte. Tenía algodón en la nariz, la boca y los oídos. Y estaba vestido de traje y chacabana como el que va para un fiesta.

     No sabia que sentir, era la primera persona muerta que había visto en mi corta vida… Pero sentí miedo, no del muerto ya que era la persona mas calmada en el velorio. Sentí miedo de las personas llorando descontroladas en el piso como si no tuvieran control sobre si mismos, sentí miedo de ese fuerte olor azufre que todavía recuerdo confundiéndome los sentidos, y sentí miedo, por primera vez, de que ese muerto algún día sería mi papa… y empecé a llorar…

¤ ¤ ¤

      Me parece que esta autora tiene una gran mirada. Sabe buscar en lo evidente otras señales más profundas. El muerto cualquiera que le sirve como protagonista de su historia puede ser, como en efecto lo sugiere, cualquier persona, incluso nosotros, los lectores.
     Ella toma el primer muerto que vio como un pretexto para reflexionar sobre la muerte, sobre la fragilidad de la vida.
     Lo hace con un buen tono narrativo: fluido, natural, ágil.




vol. 11 (2014)
vol. 11 (2014)
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