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Inés Ordiz Alonso-Collada


Es curioso cómo cuando llegamos aquí, todavía estábamos en pañales. Desde la cuna descubrimos que en Estados Unidos no se está "ready", sino "all set" y que al piso cuarto de Stein no se sube por el ascensor, ni siquiera por el "lift" (como me intentaron enseñar las monjitas de la escuela, con el libro de texto Cambridge English for Children en el regazo) sino en el "elevator." Aprendimos también que "Hi, how are you?" no significa que la otra persona espere un relato detallado sobre tu estado de ánimo, y que "Good, thanks" no significa necesariamente ni "bien" ni "gracias."

Aquí pasamos de la leche materna (comúnmente conocida como "la comida de mi mamá") a los sólidos contradictorios; comida italiana que no es realmente italiana y comida mexicana que no es realmente mexicana, todo bañado en clam chowder y para disfrutar con cubiertos de plástico. Y para dejar el biberón, Vitamin Water.

La juventud llegó con el pollo frito y ¡qué maravilloso fue perder la virginidad en el delicioso mundo de los bagels con queso!

Se podrían escribir enciclopedias sobre todo lo que aprendimos. No obstante, desde la madurez de mi estancia aquí he de confesar que hay algo que todavía no comprendo. Es la lección que me queda por aprender, la más difícil de todas. Sé que llegará mayo y seré una viejita que vuelve a España sin entender por qué aquí no se duerme la siesta. Y volveré anciana pero renovada, con los recuerdos apagados y las mejillas encendidas, acosada por millones de imágenes de este año en el que vivimos toda una vida.




vol. 6 (2009)
vol. 6 (2009)
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