Estrella
Cibreiro
Carta a una vieja amiga
No
sé si de tu presencia echo más en falta la espontaneidad de tu
humor o la languidez de tu mirada. Nunca he sabido definir con certeza los
rasgos de tu persona que me han acercado más a ti a lo largo de estos
años de ausencia. A pesar de mi incesante búsqueda de los
atributos precisos capaces de explicar de modo racional la persistencia de una
amistad que ha desafiado el tiempo y el espacio, llego siempre a la
conclusión nada racional de que los lazos que nos unen se han hecho
invulnerables a las leyes de la causalidad y el deterioro.
Son los
anocheceres de mi vida en el extranjero los que traen a menudo ráfagas
imprecisas de conversaciones olvidadas, recuerdos memorables y sonrisas
estáticas, recreadas por mi memoria bajo la tenue luz de una
añoranza que se resiste al sentimentalismo. Te añoro más
bien con franqueza y generosidad, con un esfuerzo apasionado por no deformar tu
esencia con el espejo cóncavo de la distancia. En mi lucha diaria por
doblegar el vacío de una ausencia prolongada, te añoro sobre todo
con un optimismo sano, propio del que se sabe consciente de la relatividad de
nuestra frágil existencia. Y, a pesar de las reservas de aquéllos
que me puedan clasificar de ilusa, te recuerdo siempre con la imprecisa certeza
de una amistad perenne que engloba mi pasado y mi futuro con una esperanza
clara de nuevos encuentros.
Y es por
eso por lo que, a pesar de la indiscutible incertidumbre de lo que esos
reencuentros traerán, me dispongo a construir un puente textual entre
tú y yo que, tal vez con un poco de suerte y mucha tenacidad, ni la
distancia ni la erosión del tiempo podrán derrumbar.
Quizás haya sido un incidente específico o posiblemente una
sucesión de vivencias inconexas lo que me propulsó de forma
definitiva e irrevocable a emprender una tarea que sé de sobra no
resultará fácil ni ligera; una tarea que amenazará, sin
duda, la comodidad de mi cotidianeidad y que en ocasiones destruirá tal
vez el sereno control de mi ortodoxa existencia. Pero una tarea, al fin y al
cabo, que no podía aplazar indefinidamente, porque seguir
posponiéndola equivaldría poco menos que a un autoengaño
imperdonable, una especie de traición subrepticia a la persona que fui y
a la que soy. Y la traición, como recordarás, no ha sido nunca mi
fuerte.
Enfrentarme
al enigma de mi propia escisión, sin embargo, me produce el mismo
vértigo que asomarme al precipicio más alto imaginable. Mi
dualidad no ha sido nunca intencionada, lo sabes muy bien, pero no por ello
deja de ser menos real y aterradora, porque encararme con mis dilemas presentes
conlleva necesariamente afrontar mi fragilidad pasada, y rendirme a un
autoanálisis voluntario me obligará, tarde o temprano, a mirar
cara a cara el rostro de una vulnerabilidad que quise enterrar años
atrás, cuando tomé la inaudita decisión de cambiar para
siempre mi carrera, mi patria y mi vida.
No pude
prever en aquel momento que mi decisión me traería con el tiempo
dosis similares de adquisición y pérdida, porque aquel cambio
imprevisible supuso una ruptura que me liberó de mil maneras
inimaginables, en un proceso de metamorfosis regeneradora mediante el cual me
desprendí progresivamente de vestimentas anticuadas y opresivas; pero a
la vez me devolvió una imagen clara y poderosa de las renuncias
involuntarias que me vi obligada a aceptar. Tú, entre ellas, y las miles
de palabras que no llegaríamos a intercambiar, y las múltiples
vivencias que no se llegarían a consolidar, y sobre todo, por encima de
todo, la certeza absoluta de que nunca la experiencia de la amistad
alcanzaría cimas tan altas en mi nueva vida.
Esta
renuncia me dolió más que todas las demás porque tuve que
asumirla sin garantía alguna de futuras reparaciones, arriesgando una
pérdida permanente a la que me enfrenté siempre con todas las
armas a mi alcance, tenaz y concienzudamente, dispuesta a retenerte junto a
mí contra viento y marea. Fue y sigue siendo una lucha silenciosa,
íntima, estrictamente mía-- como un viejo placer solitario o un
oscuro deseo inconfesable-- que se desarrolla de manera simultánea y
lateral a mi otra vida, mi vida de extranjera integrada, de académica
rigurosa, de madre y esposa realizada. Como toda lucha, la mía traza una
trayectoria ambivalente de triunfos perecederos y derrotas prolongadas; y, sin
embargo, nunca ha sido el resultado de esa trayectoria sino su proceso lo que
me ha interesado, porque jamás me he arrepentido de haber transportado
conmigo tu imagen y tu presencia, a pesar del desánimo que me invade a
veces, a pesar de la injusta ventaja del enemigo-- esa distancia insalvable que
amenaza nuestro frágil puente construido por esperanzas esquivas.
Tu imagen,
cómplice de mis inquietudes más secretas a lo largo de todos
estos años, me ha salvado de un aburguesamiento plácido,
devolviéndome la intensidad de la transgresión, la perspectiva
inortodoxa, la realidad velada, la locura anticonvencional; recordándome
siempre que soy más de lo que mis papeles sociales me atribuyen, porque
hay un tramo de mi conciencia que sólo te pertenece a ti, que
sólo tú puedes iluminar, que nadie podrá nunca observar,
ni siquiera intuir y, desde luego, jamás destruir. |