i (Viento frente al mar)
Algo en las plegarias, las aves, el
ocaso... Algo en los murmullos... en el trozo de metal; en el miedo, en el
fastidio inaplazable, en el hastío aquietado de todos los caminos... en
las sábanas, los cuerpos jóvenes, ordinarios... Algo entre los
muertos, los que aún viven. Algo en los amigos, en los besos de las
madres, en los abrazos inútiles, en tu rostro, en lo vedado... Algo dice
que aún puedo respirar... Siempre algo, algo en los trinos innumerables,
en su mirada de niño extraviado, en el bosque de palabras que llama y
azora; siempre algo en cada párpado, algo, querida, algo que obliga a
caminar.
ii
Tus ojos pueden viajar todo el día,
uno tras otro, ellos nunca se cerrarán, nunca permitirán
mentiras, globos naranjas, odiosos. Llenando el mar de peces antiguos,
quebrando ligaduras ateridas. Tus hijos, el vino, la libreta. Tus ojos, tu
cuerpo, tu piel; todo cicatrices, dónde, mi amor. Detén lo
nocturno en tus cabellos y conserva alguna postura para el recuerdo. Tus
bellos, tornasolados ojos. Bermejos manantiales entre rocas inencontrables,
como el mármol y el aire sólido de las ilusiones. Tus ojos son
rutas de huérfanos. Tus terribles ojos cancionados, allende los atrios.
Ajenos a la burla, a la pena. Tus ojos de cristal encarnado, de cenizas de
mariposas, de inaudita niebla, agonizando de garúa, de amistad amorosa.
Tus ojos preciosos, mi amor; qué más pueden ver aquí sino
el cadáver que fui en medio de la pena, y la furia; la ruma de pelos,
llanto, uñas, risas. Toda la sustancia que puebla los sepulcros, toda la
vida que circunda esos ojos de cielo inerte.
iii
Viento Sur, parte hacia el sol - aquel
ladrón de amores y sueños; aquel que se jacta de sus cabellos, de
su poder y sus jugos -. Ve por nuestra victoria, abre tu seno a los
hambrientos, a los orates, a los reos del perdón. Danos mujeres que
anhelar, armas y banderas que sostener, danos odio, penas silenciosas, pecados,
blasfemias, humillaciones; dinos qué erigir en nuestras plazas.
Tibio Viento Sur, retorna para que surjamos
de las piedras; renueva el aire pútrido, esboza cada una de nuestras
sonrisas, cada rumor nocturno en los bosques, amasa las notas claras de este
amor que pronto descubriremos al mundo. Viento Sur, lanzaremos toda
tristeza detrás del cielo, detrás de las cumbres y abismos que ya
sorteamos; aboliremos la memoria de los hermanos muertos; levantaremos el
puño hacia la negrura del infinito; y barreremos todos los muros, todos
los hitos que otro Dios haya olvidado en nuestra tierra.... Amaremos.
Quemaremos. Incendiaremos.
iv
Aprenderás, llegará el
día en que sabrás de la música en tu pecho,
librarás tus abrazos, tus días sin astros ni árboles. Un
jugo de naranja, un cigarrillo, o un lápiz podrán
decírtelo, una mañana cualquiera. Preguntarás de
qué está hecho lo que tanto has pedido. Sin ríos colorche,
sin techo ni hogar ni paz, clamarás: "¡Paz perpetua a los
niños! ¡Paz sublime a los desgraciados, a los adictos de aves y
malezas, al verdor! ¡Paz bella, al soldadillo extraviado, cojo, diestro
en la cortedad de matar!". Pero si tu
vida se tornara crispación libresca, callejera, diurna; si, trocando
amistades, huyendo; si tomaras el control de cada arteria, esos mares perpetuos
que juegan dentro... Si, ebria, inhallable, inconmensurable sostuvieras el peso
de tu propio mito; si hallaras una solución mezclando vómitos,
sorbiendo líquidos... Entonces saldrías al mundo, con tu pecho
desnudo, y mirarías los rostros avejentados de los que te amaron.
v
Cuando cae la tarde sobre la sabana del
augurio, cuando tocas una y otra brizna con los movimientos de tus piernas,
cuando amas. Entonces es la flor de la roca y es la culpa, la compasión.
Y las nubes se aterran de tales gritos. Entonces soy yo, conquistando las nubes
que dormirán en mi pecho y se enredarán entre mis dedos. Oyendo
canciones, agazapado con la noche en un bosque de pensamientos. Entonces soy
yo, abrigado, harto de pastillas falsas, del fuego inextinguible de unos besos,
abrazos, risas, hallazgos tan sutiles como el viento. Yo, siempre yo...
¿Y si te amase? Entonces esperaría la tarde cada tarde,
ordenaría silencio al eco, y leería libros manchados de sangre.
Ah, entonces lanzaría nuestras pinturas a los techos de las casas
más blancas y sostendría charlas eruditas con los gallinazos del
Centro, charlas sobre la contracción de la risa, el tono de unos ocasos,
o sobre la virtud poco griega de tu rubor; si me amases.
vi
Tratando de ver en tus ojos una verdad que
agoniza, el azul cenizo bajo los pies. Desnudo, anulado, inmóvil.
Besando otra porción de piel, el azul cenizo bajo los pies. Entonces una
sonrisa amenaza la longitud de las nubes, el prurito vertiginoso invade los
rincones de mi boca y la ciencia y el violín azoran el infame umbral del
deseo. Entonces retornan el círculo ámbar de una soledad que
tiembla en cada pupila, la orquídea indiferente que ha brotado de entre
pliegues, saludos; entonces te empuja el viento y su luz danzante. De la
fría arena del olvido, de la estupidez sabia de las piedras, de la luz
de la lluvia, se delinean magras oquedades y rejillas de agua. |