Katie
Méndez
Las manos del labrador
Tiene las manos ásperas De tantos
años de trabajo. Sus ojos están llenos de
historia.
Él es como la historia viviente Con un poco de amor
y un poco de miseria En sus ojos.
Hay miedo en esos ojos No de
muerte ni enfermedad Sino del resultado de su cosecha. ¿Qué
pasará si su cosecha no es fructífera? ¿Otro año
más de hambre? ¿Cuántos años más de
trabajo Hasta descansar? ¿Es la muerte lo único que le
espera a un labrador?
Él no tiene mucho Pero ofrece lo que
tiene A cambio de nada.
Él trabaja su vida entera Y casi
siempre está descalzo. Su único par de zapatos Están
tan gastados Que parecen haber trabajado Tanto como él, Haber
vivido el mismo tiempo que él, Haber visto todo lo que él ha
visto.
Y levanta su mirada hacia nosotros, la juventud, Y en su
mirada nos implora mejoría, No para él, -El trabajo lo ha
hecho fuerte,- Sino para nosotros, Los de manos suaves y ojos
frescos, Nosotros los de mente curiosa y cuerpos vagos.
Nos cuenta
las historias de su vida, Las malas y las buenas.
Antes de regresar
de nuevo a la finca, A esa finca de donde vienen sus arrugas, su piel
quemada Y su sudor, Me da la mano y me dice:
«Adiós.»
Yo recuerdo sus manos ásperas Y
su súplica silenciosa Por un mañana mejor.
Mis ojos se
llenan de lágrimas, pero no lloro. Quisiera hacer la vida más
fácil, pero ¿cómo?
Él, quien lleva la
historia en sus ojos, Quien lleva su cultura y su lucha en sus
manos, Este hombre no le teme a nada Más que a morir de
hambre, No sabe más que trabajar, Se voltea y sigue
trabajando.
Él piensa que nadie le escucha, Que esta es la
vida que Dios le eligió Pero yo, Yo lo oí muy claro, Y
ahora cuento sus historias, La historia de él, y de muchos que
trabajan, Desde cuando sale el sol hasta el ocaso, Y lo único que
le espera Es el cielo. |