Iván
Pérez, '16
En un bar
Se miran, se
conocen, se quieren, se muere. Se ve sentado otra vez en la butaca de la
esquina de la izquierda. Sus cansados brazos descansan al borde del mostrador
aun húmedo por la bebida jocosa derramada por los jóvenes. Lleva
puestos unos vaqueros oscuros, una camisa de seda ya agotada por los
años y su saco de verano. Como acto de magia su barman, su testigo, se
le aparece por entre la humareda de tabacos ya medio apagados.
¿Qué se le ofrece, jefe?-
pregunta.
Lo que su
bondad y tres esterlinas me puedan brindar.
El barman, con
sus manos de arquitecto y espalda de gimnasta, alcanzó a la tablilla
superior y su mano aterrizó en un Balblair que ni la bondad ni mucho
menos tres miserables esterlinas podían pagar. El hombre de los vaqueros
intentó pagar lo debido pero el barman le respondió con un "comer
y beber son cosas que hay que hacer."
Ya se acercaba
la hora del cierre del establecimiento, el barman cerró la bodega y se
marchó a su apartamento. Minutos después, las luces de un Skylark
del 53 blanco, son visibles desde los ventanales empañados por la
lluvia. Por la puerta entra una fiera, una diosa sacada de los magazines con su
cigarro en mano y sus labios sedientos de pasión. Sólo bastaron
tres latidos para que la diosa se le presentara justo a su lado. La semidiosa
con su olor a cigarrillo almendrado le dirige la palabra al pobre mortal que se
desvanece poco a poco ante su terrible, armoniosa voz.
Hola chico,
la diosa canta.
Mi nombre
es
, tartamudea el hombre que ya suda por la combinación del
whisky, los restos del tabaco que ya muere, y por el calor que emite su
musa.
Calma
chico, que tu nombre en lugares como este no tienen la menor importancia.
¡Los hombres que permanecen aquí suelen olvidar sus propias vidas
y hasta se las inventan! Es este el lugar de las ilusiones, de las
fantasías, de los sueños. Acá se reúnen los
supuestos grandes intelectuales del país a discutir sobre Chopin y
Chaucer, sobre los monstruos en los lagos y sobre la luna. Lo que saben lo
vociferan y lo que no saben se lo inventan. Esta es la gran verdad de nuestros
tiempos, que los alcohólicos suelen tener la mayor sabiduría pero
al ser alcohólicos su única ambición es la bebida y las
mujercitas.
Perdone
pero esa no es la gran verdad de nuestros tiempos. La gran verdad de todos los
tiempos es que apariciones como tú sólo se encuentran en el
Edén, o en ese último instante en donde el sueño se
confunde con la realidad, ese último instante donde todo lo imposible
surge de repente como una sombra interrumpida por la luz de la realidad. Pero
ya que aquí somos ilusiones yo seré entonces un artista o, mejor
aún, un devoto de tu alteza, pues no hay poder más absoluto que
el de una mujer cuando captura el alma de un pretendiente y lo hace
pedazos."
Perdiéronse al enigma de la noche, se escaparon hasta el hospedaje de la
semidiosa.
Se miran, se
conocen, se quieren, se muere.
El barman ya
llevaba tardes viendo a su cliente fiel malgastar su vida poco a poco, y cada
vez que entraba por la puerta lo veía un poco más derrotado, un
tanto más cansado y mucho más enamorado. Hasta que una de las
tardes el barman se atrevió a preguntarle sobre sus hazañas
durante sus escapadas. El hombre, hundido ya por el peso del saco, le
describía con lujo de detalles sus encuentros con una mujer que no
parecía de este mundo, un espectro. Le contaba de cómo
venía en su Buick y se lo robaba minutos después que cerraba la
bodega. El barman, alarmado, decidió una noche cerrar la bodega y, en
vez de marcharse a su apartamento, se quedó a distancia razonable de su
negocio para ver el espectáculo que tenía a su cliente en vela.
Llegó el Buick.
¡Qué sorpresa verte a ti otra
vez aquí!, dijo la diosa seductora.
Sabes que
tuyo soy. Me he vuelto un fiel creyente en tu palabra y en tu color.
Encontrarte es la experiencia que tantos católicos buscan cuando hablan
con Dios. Muchos no logran jamás encontrar esa relación con el
supremo Padre. Pero yo, al fin, después de todas las desgracias y todos
los contratiempos, he sido bendecido al encontrar a la gran diosa de las
bodegas. Adicto estoy a ti."
Tu
devoción es admirable y peligrosa. Si soy tu droga, tú eres mi
siervo y de la mano me llevarás hasta el infierno. Bueno, ¿ya nos
vamos?
Salieron, con la
diosa de la mano del hombre.
El barman miraba
cómo del Buick salía un hombre trajeado y le dejaba unas bolsas
llenas de algo blanco que hacían que los ojos de su cliente
resplandecieran. Veía cómo, poco a poco, su cliente
introducía aquel polvo en su sistema y cómo al salir dejaba unos
cuantos polvos blancos en su mano para, de camino, introducírselos por
la nariz. |