Cynthia Stone,
Spanish
Una ofrenda para El Salvador De lo
salado y dulce de nuestras lágrimas, amalgamándose, se
crea el pan de una humanidad común. Si yo amasara un pan rebosante
de vida, con los sobrevivientes de la guerra civil salvadoreña,
los que viven cada día con heridas de hace treinta años,
todavía abiertas al hallarnos cara a cara, llegando de lados
opuestos del miasma de violencia estatal
Si juntos amasáramos
un nixtamal, ¿de dónde sacaríamos ingredientes
capaces de transformar horror en alimento? ¿Qué especie de
ofrendas renovarían la tierra y el agua contaminadas por sangre de
jóvenes violadas y despedazadas, por gritos de criaturas
huérfanas? El clima a orillas del Cerrón Grande no da
para cultivar papas, según Rogelio Miranda, maestro de la
siembra, único testigo ocular de la masacre de su aldea. A
él le toca contar el ingenio de los copapayos para evadir al
ejército durante meses de operaciones antisubversivas; muchos
años le demoró contener las lágrimas al contar sus
últimas horas. Para Rogelio, ¿qué ofrenda les
dará a sus hijos y nietos y bisnietos una cosecha de paz?
Mercedes Menjívar tenía diecisiete años cuando
ocurrió la masacre. Me enseña los nombres de árboles
en nahuat, pero nunca ha oído del huatli, el cereal antiguo
prohibido por los misioneros escandalizados por una hostia de receta
desconocida. ¿Dónde encontrar algo lo suficientemente
sustancioso para darle fuerzas a Mercedes, activista comunitaria, quien
aprendió a leer la letra y el mundo, como dice Paolo Freire, en los
campamentos de refugiados en Honduras? No puedo igualar, dólar por
dólar, el precio del helicóptero financiado por impuestos
estadounidenses en que El Chele, comandante del Batallón
Actlacatl, se estalló por una radio equiparada de bomba.
Justicia, sí, hasta cierto punto, una pira luminosa testimoniando
las muertes de los civiles salvadoreños. No basta, sin embargo,
para oponerse al poder del alcohol para atenuar los dolores, al poder
de los puños para imponer docilidad. "En esta casa queremos una
vida libre de violencia hacia las mujeres" se lee a las entradas de casas
por todo Cuscatlán, consigna de la lucha de
concientización que ha contenido, por ahora, el crecimiento del
crimen organizado y los maras que son su cara pública.
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© Cynthia Stone,
Spanish |
En San Salvador topamos con el mismo
espíritu en voluntarios, como Otilia Guardado, quienes hacen terapia
física para desanudar traumas acumulados. ¿Qué
podemos ofrecerles a Otilia y la comunidad cristiana de base de San
Francisco de Asís, al correr por sus mejillas lágrimas de
recuerdo a sus amigos asesinados por el pecado de regenerar este
mundo a imagen de Dios? A su lado, César Acevedo sigue las huellas
de su padre mártir, una nueva categoría de catequista para un
nuevo país, el niño refugiado que retorna para concertar
encuentros transculturales, salvadoreño-canadiense, fluido en
castellano e inglés, como las familias de vacaciones con quienes nos
cruzamos en nuestra visita de ocho días. "¿Y
qué de nuestro legado de dinero de sangre?," pregunto en la
embajada estadounidense, "¿no debe tomarse en cuenta al debatir las
prioridades actuales?" La embajadora Mari Carmen Aponte es
puertorriqueña; sin duda, no le es extraña la experiencia de
ser extensión de facto de otro país donde su voz no se
representa. En las oficinas de la Asamblea Legislativa, Mario
Valiente, diputado de ARENA, lleva puesta una sonrisa de cómplice de
traje y corbata mientras le resta importancia al lavado de dinero en San
Salvador, en comparación con Miami. Su enemiga de antaño,
ahora colega, Nidia Díaz, diputada del FMLN, habla con el
vigor extenuado de corredora de maratón, su voz de atol dulce de
maguey continúa sin cesar hasta la madrugada en el programa de
opinión por televisión, rodeada por personajes parlantes
masculinos que no autorizan con silencio su voz ni por un milisegundo.
¿Qué ofrecer al pueblo salvadoreño? Anna Greig,
misionera laica de Maryknoll, hace obras de arte con la bondad de la
soya. Jesse, hijo de activistas de CISPES nacido en Portland, conjura
palabras como levadura, pues la traducción es la clave de toda masa
pegajosa. Nuestros ocho días casi no bastan para confeccionar
nada, sólo lo que cabe en los contornos de un poema.
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To El Salvador From the salt and sweet of
our tears, commingling, arises the bread of a common humanity. If
I were to make life-sustaining bread with the survivors of the Salvadoran
civil war, those who live each day with lesions of thirty years, still
raw when we come face-to-face, each from our side of the miasma of
state-sponsored violence
If we were to bake bread together,
what ingredients could we possibly find to transmute horror into
nourishment? What offerings can renew the soil and water polluted by
the blood of raped and dismembered girls, the cries of orphaned children?
The climate on the shores of Cerrón Grande is not right for
potatoes, explains Rogelio Miranda, master farmer, sole surviving
witness to the massacre of his village. It falls to him to tell how the
Copapayo organized to avoid capture. They survived for months; it took
years for him to hold back tears while telling the story of their final
hours. To Rogelio, what can I offer so his children will harvest peace
for generations to come? Mercedes Menjívar was seventeen
at the time of the massacre. She teaches me the names of trees in Nahuat,
but has never heard of huatli, the ancient grain banned by
Christian missionaries aghast at unfamiliar recipes for communion.
What bread is hearty enough to sustain Mercedes, community activist,
educated in the word and the world, as Paolo Freire says, in the refugee
camps of Honduras? I cannot match, dollar for dollar, the cost of the
helicopter in which El Chele, commander of the U.S.-trained Actlacatl
Battalion, was blown to pieces by a jerry-rigged radio. Justice, of a
sort, a righteous fire illuminating the deaths to which the Copapayans
bear witness. But it is not always enough- to withstand the power of
alcohol to dull memories, to defy the power of fists to force compliance.
"En esta casa queremos una vida libre de violencia hacia las
mujeres" reads a motto stamped on housefronts throughout
Cuscatlán, testimony to the struggle for community empowerment that
has, so far, contained the growth of organized crime and the spread of
the young maras who are its public face.
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© Cynthia Stone,
Spanish |
In San Salvador, we find the same spirit in the
volunteers, like Otilia Guardado, who offer physical therapy as a way
to unknot long-repressed traumas. What to offer Otilia and the
Christian Base Community of San Francisco de Asís, as the tears run
down her cheeks in memory of her beloved friends who died for the sin
of remaking this world in God's image? Beside her stands César
Acevedo, in place of his martyred father, a new category of catechist for a
new El Salvador, the child refugee who returns to broker
cross-cultural encounters, Salvadoran-Canadian, fluent in Spanish and
English, like the vacationing families with whom we cross paths on our
eight-day sojourn. "What of our legacy of blood money?," I ask at
the U.S. embassy, "is it not relevant when weighing current
priorities?" Ambassador Mari Carmen Aponte is Puerto Rican; surely, she
must understand what it means to be a de facto extension of another
country, voice unrepresented? At the offices of the Legislative
Assembly, Mario Valiente, ARENA deputy, wears a suit-and-tie smile of
complicity, as he self-effacingly downplays money laundering in San
Salvador, compared to Miami. His former enemy, now colleague,
Nidia Díaz, of the FMLN, speaks with the weary stamina of a
marathoner, her voice of maguey-sweetened atol continuing unabated
into the early morning television program of talking heads shouting
over each other, refusing her a millisecond of uncontested authority.
What to offer the people of El Salvador? Anna Greig, Maryknoll lay
missioner, makes art from the goodness of soy in food and drink.
Jesse, the child of CISPES activists from Maine, conjures words like
leavening, translation as a key ingredient in any dough that sticks.
Eight days is barely enough to give rise to anything at all, just what fits
inside the contours of a poem. |