Alex Brandon,
'15
Dos visiones de La
caza (1965, dir. Carlos Saura) |
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Al igual que en la
sociedad franquista de España, se puede observar en La caza de
Carlos Saura la promoción de un autorretrato identitario que no se
corresponde a la realidad, es decir, la promoción de una imagen
idealizada que no cuenta nada de lo malo que hay escondido por debajo. Marsha
Kinder sostiene que esta práctica de ocultar lo desagradable de la vida
sirve, por un lado, como una forma de mantener las apariencias de fuerza,
orden, y solidez frente a un exterior hostil y, por otro lado, es una manera de
infantilizar a las generaciones que no vivieron la guerra. En ambos casos, el
encubrimiento de los secretos más feos de cada uno perdura como un
síntoma de la cultura del olvido que quedó pactada tras el
triunfo del bando nacionalista en 1939. Las discrepancias entre las apariencias
y la realidad en La caza son representativas de una cultura del enmascaramiento
que Saura ve como un legado de la dictadura franquista.
Para comprobar que
los personajes de Saura padecen de esta patología social del
encubrimiento habría que mirar, primeramente, las actitudes que los
hombres guardan hacia las fotografías y, segundo, hacia los secretos que
nos revelan con sus pensamientos, transmitidos por una voz en off. Para
empezar, se puede verificar este síntoma del franquismo social mediante
un análisis de las actitudes que cada uno de los tres hombres expresa
hacia las fotografías que Enrique, el más joven del grupo y el
único que no pertenece a la generación de la guerra, hace de
ellos. Cuando los tres hombres preparan sus escopetas para la caza y Enrique
prepara su cámara en lugar de una escopeta, José le dice que la
deje porque las piezas cobradas, y no las fotografías, son los mejores
recuerdos de una caza. Con esta simple frase, José reafirma la cultura
del olvido porque con ella, relega la verdad mostrada en las fotos a favor de
unas piezas de caza que le permitirán contar la historia de la caza de
la forma que más le apetezca. Al terminar la caza de la mañana,
los hombres permiten que Juan les saque una foto con sus piezas de caza y en
ella los hombres salen con un aspecto valiente y victorioso (Medina 117).
Más adelante, sin embargo, cuando Enrique le hace una foto informal a
José mientras éste se está lavando la cara en el arroyo,
José la destruye para no permitir que se vea con aquel aspecto cansado,
sudoroso, viejo, y vulnerable. El contraste que surge entre la tolerancia que
José demuestra para la foto glorificada de la caza y su rechazo de la
foto informal ejemplifica de forma muy clara la costumbre de proyectar
imágenes idealizadas empleada por la dictadura en su retórica de
exaltación nacionalista
En lo referente a
las realidades psicológicas de cada uno de los tres hombres, se puede
percibir una clara discrepancia entre lo que dicen y aparentan y lo que
piensan. Uno de los ejemplos más evidentes de esta incongruencia se da
justo antes de la caza de la mañana, cuando los tres hombres y Enrique
se encaminan hacia el coto. A través de la voz en off, se transmite el
siguiente pensamiento de José: «si pudiera convencer a Paco, todo
se podría arreglar todavía», lo cual revela su motivo
ulterior de invitar a Paco a la caza para pedirle un préstamo y
así solucionar los problemas económicos que la separación
de su mujer le ha provocado. De esta forma, se aprecia como el gesto amistoso
de la invitación es, en realidad, una fachada superficial: José
solo reclama su amistad anterior con Paco para que le ayude a salir de un apuro
económico. A pesar de disimular su interés en la caza, Paco
confiesa sus sospechas sobre el verdadero motivo de José en invitarle
con el siguiente pensamiento: «¿cómo se me ocurrió
decirle que sí a José a lo de la caza?... Me ha invitado a cazar
para pedirme dinero. ¡Estoy seguro!». En estos ejemplos se aprecian
dos engaños bastante serios entre los supuestos amigos y se añade
el tema de la desconfianza al tema del olvido como otra consecuencia que el
trasfondo violento de la Guerra Civil les ha causado.
Por último,
se puede apreciar a través del personaje de Enrique como el hecho de
ocultar ciertos datos históricos relevantes daña a las
generaciones más jóvenes que no vivieron la guerra. Debido a la
insistencia de Paco, José, y Luis en ocultarle a Enrique su pasado
oscuro y violento, éste se convierte en víctima de la cultura del
olvido y el silencio. Por un lado, el hecho de ocultar los datos sobre la
guerra y sobre la muerte de Arturo infantiliza a Enrique, quien solo quiere
entender por qué los hombres son como son. Por otro lado, Kinder ha
visto que este deseo de conocer el pasado de los tres hombres se convierte en
una obsesión que atrapa a Enrique en el pasado, estancado, dividido, y
violento, de sus mayores. Este estancamiento en el pasado queda concretizado
cuando, al final de la película, Enrique ve morir asesinados a
José, Paco, y Luis y se convierte en testigo para siempre de ese pasado
violento.
En resumidas
cuentas, Carlos Saura demuestra en La caza cómo la
supresión de la historia nacional reciente de la Guerra Civil por parte
de los vencedores no condujo a una sociedad perfecta y sin defectos, sino que
aumentó los conflictos sociales, creó divisiones familiares,
exageró dificultades económicas, e irritó trastornos
psicológicos ya existentes. Una de las principales formas que esta
supresión histórica tomó fue la de las apariencias falsas
de fuerza, unión, éxito y orden, reafirmadas por la
retórica nacionalista de la dictadura. Como observamos en La
caza, la perduración de estos mitos en la sociedad tuvo un impacto
dañino tremendo en las generaciones que vivieron y lucharon en la Guerra
Civil y también en las generaciones recientes que serían
obligadas a vivir con el legado de la violencia de la guerra. |