Joshua Rivera,
'15
Batey Libertad
Escrito desde la
perspectiva de un muchacho dentro del Batey Libertad |
Eran las tres de
la madrugada, una noche que sería la calma antes de la tormenta.
Había sonidos que nunca podré olvidar, momentos muy
difíciles de comprender. Este era uno de ellos. Nunca había
silencio para que mi mente descanse sin aprensiones. Esa madrugada podía
oír el golpeteo de pisadas sobre el pavimento en la tierra. Al salir de
nuestro hogar vi muchas personas que estaban cansadas, asustadas, y siempre
corriendo en búsqueda de un refugio. Muchos lloraban y otros gritaban
auxilio. Nadie podía ayudarlos, solamente podíamos ver el llanto
desde la distancia. Orábamos siempre por ellos, cuando los soldados se
los llevaban. A cada persona que parecía haitiana dentro del Batey se la
llevaban con el fin de deportarlos hacia Haití. Toda la gente se quedaba
indefensa y con frecuencia se sometían a ellos. Muchas de esas personas
fueron capturadas por soldados y metidas en una guagua, y yo ví
cómo uno de ellos peleaba contra un soldado. Esa persona era mi madre
tratando de resistir los golpes de ellos. También, recuerdo a mi padre
correr atrás del soldado que estaba pegándole a mi mamá, y
mi padre gritaba, ¡Suéltenla! ¡Ella es mi esposa y no
ha hecho nada para que ustedes malditos se la lleven! Al instante uno de
los soldados se turbó y frustradamente le disparó a mi padre en
la frente. Él cayó al piso, muerto. Pude ver cómo la
sangre goteaba tan rápidamente por todo su cuerpo y caí
arrodillado llorando, porque sabía que él nunca estaría
conmigo y nunca me vería crecer. Al ver todo esto suceder, lloraba
más fuerte como si fuera la primera vez que salía del vientre de
mi madre. Lleno de miedo y tantos pensamientos fui a esconderme dentro de mi
habitación que estaba oscura y húmeda. En el silencio, oía
cada gota de la lluvia sobre el techo de hojalata, aluminio y madera. Mientras,
estaba sentado, con esperanza de que alguien me rescatara. Yo notaba el miedo
que se reflejaba en mis propios ojos, el miedo y la incertidumbre de lo que
estaba por venir. El futuro me aterraba.
Caminado por las calles del Batey
Libertad 2 de marzo 2014 República Dominicana (© Joshua
Rivera)
DIEZ AÑOS DESPUES
Era un lunes del
mes de marzo como a las seis de la tarde, cuando oí al guardián
de mi orfanato gritar, ¡Jean Pierre, ven a comer! Si no vienes, no
va a haber suficiente para ti. Al escuchar su voz corrí con todas
mis fuerzas hacia mi casita donde me esperaba mi cena, a pesar de estar muy
cansado tras jugar al fútbol con mis compañeros de la escuela
como todos los días. Cada tarde a las cinco mis compañeros y yo
nos juntábamos a jugar al fútbol en la cancha dentro del Batey
Libertad después de la escuela para divertirnos un poco. Para la edad
que tenía, quince, no encontraba nada divertido para hacer más
que jugar al fútbol. Sin embargo, esto me mantenía ocupado cada
día y me llevaba a un espacio imaginario donde tenía paz, un
lugar que era mi único escape de los problemas y de mi realidad a los
que me veía forzado a enfrentarme. Además, el futbol controlaba
los pensamientos negativos de cuando perdí a mis padres. Yo tenía
cinco años de edad en el momento cuando todo eso sucedió. Yo era
el único miembro que quedaba de mi familia fallecida. Mis padres nunca
pudieron tener otros hijos, solamente me tuvieron a mí y por eso, muchos
en mi comunidad me llaman el niño milagro.
Casa familiar. Puertas de madera, techos de
lata y aluminio 2 de marzo 2014 República Dominicana (©
Joshua Rivera)
Llegó esa
tarde, me cayó muy mal la comida porque típicamente lo que yo
estaba acostumbrado a comer era arroz con carne de vaca, habichuelas y
plátanos. Esta vez solo había un poquito de arroz para comer
servido con agua. Era evidente que en nuestra comunidad había pocos
recursos para la producción de alimentos. Yo me preguntaba cómo
íbamos a proveernos de comida para nosotros mismos y para los otros
miembros de la comunidad. No lo podía creer, qué íbamos
hacer sin comida. ¡Nos íbamos a morir! Luego de la cena yo
comenzaba a hacer mis deberes. ¡Odiaba hacer mi tarea! No era por el
trabajo que tenía que completar, sino porque yo creía que todo
niño a esa edad odiaba hacer sus deberes. Sin embargo, mi
motivación más grande era salir del Batey con la esperanza de
obtener un buen trabajo para poder ayudar a todas las familias dentro mi
comunidad que sufrían por no tener acceso a cubrir necesidades
básicas para su propia supervivencia. Por ejemplo, no tener agua
potable, no tener una buena vivienda, pocos alimentos, residuos peligrosos y no
poder obtener una educación de calidad y también la falta de
electricidad. Al día siguiente, era de madrugada cuando iba de camino a
la escuela y vi al lado de la carretera la división entre el campo alto
de hierba y nuestra comunidad. Iban llegando muchos hombres morenos que me
parecían haitianos a trabajar cortando la caña de azúcar
bajo el ardiente sol. Noté cómo esos hombres tenían
puestos zapatos finos, que hasta el tallo de la caña se levantaba debajo
de sus pies. Se notaba bastante que eso les molestaba cuando trabajaban. Yo
sólo podía imaginarme en cómo el polvo del campo les iba a
cubrir sus cuerpos y a llenar sus pulmones. Esta imagen específica me
recordaba a mi padre porque él era un cortador de cultivos dentro del
campo. Mi padre siempre me contaba que él comía el mismo
desayuno: solamente tomaba jugo y masticaba el tallo de la caña de
azúcar. En los buenos días, si tenían suerte los
trabajadores haitianos, la cena consistía de un poco de arroz y tal vez
con una lata de sardinas.
Campo donde muchos de los niños iban a
jugar al fútbol todos los días después de la
escuela. (© Yarlennys Villaman)
Siempre mi padre
llegaba bien tarde de noche al Batey con sus compañeros del trabajo.
Esto me recordaba mucho las peleas entre mi padre y mi madre porque ella
quería que él consiguiera un trabajo mejor fuera del Batey para
apoyar a la familia. Eso era tan difícil de hacer porque había
límites para acceder al transporte y los mejores puestos de trabajo
estaban muy lejos, en las ciudades como Esperanza y Santiago. Si mi padre
andaba a pie o en un vehículo, el viaje era peligroso por el intenso
esfuerzo físico y la posibilidad de ser abusado por los traficantes y
los oficiales militares. A los militares dominicanos no les importaba casi
nada, si ellos veían a una persona y tenía rasgos físicos
de un haitiano, lo agarraban para mandarlos para mandarlos de vuelta a
Haití. No les importaba si habían nacido eran nacieron en la
República Dominicana y tenían sus documentos que verificaban
claramente que eran ciudadanos dominicanos, sino que los deportaban por el
racismo contra su negra piel.
Al terminar de
recordar esa memoria, yo quería acercarme a los trabajadores labrando el
campo de arroz y caña para ver verdaderamente qué se
sentía trabajar ahí. Al cruzar la ancha carretera vi a un amigo
mío del Batey observando el grupo de obreros trabajando en el campo de
arroz. A la distancia observé cómo la persona encargada de los
trabajadores era un hombre dominicano viejo y perezoso. Me acuerdo mucho de
cuando mi padre me decía que al hombre dominicano encargado de los
trabajadores le pagan mucho más que al trabajador haitiano por un
trabajo que consiste en burlarse de la ardua labor de los demás
trabajadores. Mirando a mi amigo vi cómo él le gritaba al hombre
encargado de los trabajadores diciéndole, ¡apúrate y
bájate tú también, da una mano y ayuda a los
demás! El hombre dominicano giró su cabeza lentamente para
ver quién estaba gritando. El hombre se quedó mirando a mi amigo
con una cara amarga de estar disgustado por el color de piel de mi amigo. El
jefe dominicano también tenía la piel de color morena como los
hombres que trabajaban para él. El hombre reaccionó
creyéndose ser superior a mi amigo levantando su cabeza en alto,
conociendo su privilegio como un hombre dominicano que negaba ser negro.
Aula de clases. No había suficientes
mesas ni escritorios donde sentarse. Muchos de los niños se sentaban
en el piso o tenían que pararse en clase. (© Joshua
Rivera)
Al ver todo esto
pasar me di cuenta de que ese racismo y odio eran reales. Los trabajadores del
Batey sufrían, eran las víctimas y no tenían posibilidades
de hacer nada para escapar de la pobreza aun cuando la República
Dominicana ofrecía más oportunidades laborales que Haití.
Esta injusticia marcó la vida de mi padre, a quien le pagaban menos de
la mitad del salario mínimo dominicano. A pesar de las comunidades
unidas que los haitianos construían, ellos seguían siendo
alejados de todas las redes externas que podían apoyarlos socialmente
por el gobierno y las elites. Al llegar a la escuela solo podía pensar
en esta injusticia que se estaba produciendo dentro de este país. Y lo
que no ayudaba para nada era ver cómo nuestras clases estaban
compuestas, y cómo estaba la infraestructura llena de goteras y sin
saneamiento ni higiene. Allí, había además muy pocos
recursos dentro de las aulas en donde no contábamos con escritorios,
asientos o mesas para todos. Por lo tanto, no me iba a dar la oportunidad de
recibir una educación básica. En ese momento, me di cuenta de mi
situación, porque yo no quería acabar como mi padre, quien
trabaja en el campo de arroz día y noche, sin ganar casi nada de dinero
para mantener nuestro hogar. Si yo quería ir a una escuela buena,
tenía que viajar a la ciudad en el futuro para asistir a una universidad
de nivel, pero todo eso quedaba muy lejos. Dentro del Batey no hay
universidades, entonces los estudiantes como yo tenemos accesos limitados y
solo podemos llegar hasta la escuela secundaria. Por eso, muchos de nosotros no
tenemos la posibilidad de ir a estudiar a una universidad y de obtener un mejor
futuro.
El río que pasa por el Batey Libertad ,
lleno de basura, botellas, comida, ropa, de todo. Es alló donde se
bañaba y se buscaba agua para beber en la comunidad. (©
Joshua Rivera)
Al instante,
corrí desesperadamente fuera de mi escuela, que se encontraba frente al
río de la comunidad. Ese río me traía recuerdos de
cómo los soldados tiraban a los migrantes allí para que murieran.
Ellos eran inocentes y los soldados actuaban como si estuviesen haciendo lo
correcto. Este era el lugar donde cada día yo me bañaba y
bebía agua. Al mirar dentro del agua, podía ver muchos de los
cuerpos muertos, víctimas de la masacre que provocaron los soldados el
día de la muerte de mi padre. El agua de este río no significaba
pureza ni vida, sino muerte y tristeza. Me quedé sentado pensando,
¿qué podría salir de este lío en el cual yo
vivía y si no sería un futuro de fracaso lo que me esperaba si me
quedaba allí? Con la vista fija en el cielo, esperando que una voz
me hable y me dé palabras de fortaleza, oí a mi lado esa voz que
me decía, sigue luchando como lo hice yo para salvar a tu
madre. Quedé en silencio porque no había nadie a mi lado y
porque esa voz tenía razón. No me puedo rendir, tengo que seguir
luchando. |