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Jessica Barrett '08


La Presa de la Ópera

del otro ojo en “Desde la cárcel,” de Omar Ruiz Hernández

     “Te veo preocupado, hijo mío,
     y como abatido. Recobra el ánimo.
     Nuestra fiesta ha terminado. Los actores,
     como ya te dije, eran espíritus
     y se han disuelto en aire, en aire leve…”

     Me acordé de... las palabras. Sí, eso es lo que era-una creadora de las palabras y de las acciones. Yo las vivía y las respiraba; yo podía crear mundos con ellas, mundos de sueños. Estos versos de Próspero siempre han sido mis favoritos. La noche que me llevaron, mis actores ensayaban. Un hombre cantaba, y todos estábamos hipnotizados. La voz se rizó en y fuera de los rincones del escenario, zarcillos primorosos que alcanzaron al público. Era cómo yo quería que fuera. Siempre sabía que el tiempo vendría, y vino.

      Quería que fuese un sueño, pero la verdad de mis alrededores físicos era demasiado tangible. La celda no era tan mala. Era estrecha y alta, como el escenario, y me paseaba de un lado a otro. Podía aguantar estar sin la gente, pero necesitaba el movimiento. Usualmente, los guardias me trataban bien, quizás porque soy una mujer. Pensaba que yo había dejado atrás el mundo, y era raro experimentar el orden del decoro social mientras estaba detrás de esa puerta. No podía ver sus caras, pero la mente capturó las huellas de sus voces. Jugué con estas voces en la cabeza, moldeando sus sonidos alrededor de las palabras que yo creé. La semipenumbra era el alumbrado dramático, y la tranquilidad era el modo de la obra. No pienso haber estado en la celda por mucho tiempo antes de que ellos me llevaran a la máquina. Sin embargo, me había acostumbrado a la falta de espacio, y cuando la semipenumbra se hizo oscuridad completa, y cuando yo podía sentir el espacio extendiéndose, me aterró. De repente, ¡las voces se volvieron terribles, y el movimiento me lastimó! Yo no podía controlarlo, ni agarrarlo ni diseccionarlo para encajar en mi molde. Me fui de mí misma, y ellos probablemente pensaban que me había enloquecido cuando recité:

     “…y, cual la obra sin cimientos de esta fantasía,
     las torres con sus nubes, los regios palacios,
     los templos solemnes, el inmenso mundo
     y cuantos lo hereden, todo se disipará
     e, igual que se ha esfumado mi etérea función,
     no quedará ni polvo.”

     Estaba en la celda otra vez. Quise moverme, pero no pude. En cambio, miré fijamente a la puerta. No podía ver por la oscuridad, y permití que ella se asentara alrededor de mí. El telón estaba cayéndose. Imaginé que yo estaba en el teatro, y que el hombre todavía cantaba la canción que yo había escrito. Todo era oscuridad. De repente-allí, cualquier cosa diferente era repentina-había color en la oscuridad. Se movió, y me asustó. Quise moverme hacia ese destello blanco, pero solamente logré parpadear. ¿Eran luces? ¿O luciérnagas? Las luces parpadeaban, y se enfocaron mis ojos en algo oscuro en el blanco. Ojos—¿eran ojos?

     Las luces se encendían y se apagaban, y su brillo no era de la luz débil que venía desde fuera de la puerta, sino una luz de vida y alma. Parecían asustadas y curiosas, y yo quería hablar porque mis tripas se anudaban. Las palabras se quedaron en la cabeza, sin embargo, y la lengua estaba seca y pesada; yo solamente pude parpadear. Por un momento, me dio vueltas la cabeza y cerré los ojos porque la tranquilidad exterior era demasiado para mí. Los abrí y parecía como si mucho tiempo hubiera pasado. Esos otros ojos ardían con una furia desesperada y confundida, y pensé ver cejas tejidas en una expresión de inquietud.

     Mi corazón hacía unos ruidos sordos en el pecho, y el movimiento me abrumó. Yo quería que él hablara (pensaba que era un hombre), y quise tararear mi canción, la canción que mi actor no pudo terminar… De repente, oí una voz. No creo que él se diera cuenta de que hablaba en voz alta. Sus palabras eran silenciosas, susurros murmurados. Me moví más cerca porque quería entenderlo. Los guardias ya no me hablaban. Todo era manos y oscuridad. Él terminó sus murmullos y me miró fijamente. Vi sus ojos; quería contarme un cuento. Le mostré la cara, la barbilla, las orejas, las mejillas, la frente, y pensé que nuestras narices habían tocado, pero probablemente era mi imaginación. Mi cara le habló, y su cara me habló a mí. En la mente, llené el espacio negativo con colores como una foto de revelado. La cara tenía un cuento también, e imaginé que él podía cantar para mí. Empecé a cantar, pero la boca estaba seca y yo lloraba; y los otros ojos volvieron a parecer asustados. Me pregunto si él oyó mis palabras:

     “Somos de la misma
     sustancia que los sueños, y nuestra breve vida
     culmina en un dormir. Estoy turbada.
     Disculpa mi flaqueza; mi mente está agitada.”

     Los hombres volvían a llevarme. Mis labios cansados continuaron moviéndose y no creo que el hombre ya no me escuchaba:

     “No te inquiete mi dolencia. Si gustas,
     retírate a mi celda y reposa.
     Pasearé un momento por calmar mi ánimo excitado.”

     Ahora, hay silencio. No sé dónde estoy. ¿Tal vez en mi celda? La mente se ha calmado. Vi a otro personaje en el escenario pequeño que mi vida ha hecho y ahora estoy contenta. Permitiré que las olas de la penumbra me lleven. Ese sueño ha terminado. Espero haber hecho una obra buena para el hombre...


nota




vol. 3 (2006)
vol. 3 (2006)
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