del otro ojo en Desde
la cárcel, de Omar Ruiz Hernández |
Te veo
preocupado, hijo mío,
y como
abatido. Recobra el ánimo.
Nuestra fiesta ha terminado. Los
actores,
como ya te dije, eran
espíritus
y se han disuelto en
aire, en aire leve
Me acordé
de... las palabras. Sí, eso es lo que era-una creadora de las palabras y
de las acciones. Yo las vivía y las respiraba; yo podía crear
mundos con ellas, mundos de sueños. Estos versos de Próspero
siempre han sido mis favoritos. La noche que me llevaron, mis actores
ensayaban. Un hombre cantaba, y todos estábamos hipnotizados. La voz se
rizó en y fuera de los rincones del escenario, zarcillos primorosos que
alcanzaron al público. Era cómo yo quería que fuera.
Siempre sabía que el tiempo vendría, y vino.
Quería que
fuese un sueño, pero la verdad de mis alrededores físicos era
demasiado tangible. La celda no era tan mala. Era estrecha y alta, como el
escenario, y me paseaba de un lado a otro. Podía aguantar estar sin la
gente, pero necesitaba el movimiento. Usualmente, los guardias me trataban
bien, quizás porque soy una mujer. Pensaba que yo había dejado
atrás el mundo, y era raro experimentar el orden del decoro social
mientras estaba detrás de esa puerta. No podía ver sus caras,
pero la mente capturó las huellas de sus voces. Jugué con estas
voces en la cabeza, moldeando sus sonidos alrededor de las palabras que yo
creé. La semipenumbra era el alumbrado dramático, y la
tranquilidad era el modo de la obra. No pienso haber estado en la celda por
mucho tiempo antes de que ellos me llevaran a la máquina. Sin embargo,
me había acostumbrado a la falta de espacio, y cuando la semipenumbra se
hizo oscuridad completa, y cuando yo podía sentir el espacio
extendiéndose, me aterró. De repente, ¡las voces se
volvieron terribles, y el movimiento me lastimó! Yo no podía
controlarlo, ni agarrarlo ni diseccionarlo para encajar en mi molde. Me fui de
mí misma, y ellos probablemente pensaban que me había enloquecido
cuando recité:
y,
cual la obra sin cimientos de esta fantasía,
las torres con sus nubes, los regios
palacios,
los templos solemnes, el
inmenso mundo
y cuantos lo hereden,
todo se disipará
e, igual que se
ha esfumado mi etérea
función,
no quedará ni
polvo.
Estaba en la celda
otra vez. Quise moverme, pero no pude. En cambio, miré fijamente a la
puerta. No podía ver por la oscuridad, y permití que ella se
asentara alrededor de mí. El telón estaba cayéndose.
Imaginé que yo estaba en el teatro, y que el hombre todavía
cantaba la canción que yo había escrito. Todo era oscuridad. De
repente-allí, cualquier cosa diferente era repentina-había color
en la oscuridad. Se movió, y me asustó. Quise moverme hacia ese
destello blanco, pero solamente logré parpadear. ¿Eran luces?
¿O luciérnagas? Las luces parpadeaban, y se enfocaron mis ojos en
algo oscuro en el blanco. Ojos¿eran ojos?
Las luces se
encendían y se apagaban, y su brillo no era de la luz débil que
venía desde fuera de la puerta, sino una luz de vida y alma.
Parecían asustadas y curiosas, y yo quería hablar porque mis
tripas se anudaban. Las palabras se quedaron en la cabeza, sin embargo, y la
lengua estaba seca y pesada; yo solamente pude parpadear. Por un momento, me
dio vueltas la cabeza y cerré los ojos porque la tranquilidad exterior
era demasiado para mí. Los abrí y parecía como si mucho
tiempo hubiera pasado. Esos otros ojos ardían con una furia desesperada
y confundida, y pensé ver cejas tejidas en una expresión de
inquietud.
Mi corazón
hacía unos ruidos sordos en el pecho, y el movimiento me abrumó.
Yo quería que él hablara (pensaba que era un hombre), y quise
tararear mi canción, la canción que mi actor no pudo
terminar
De repente, oí una voz. No creo que él se diera
cuenta de que hablaba en voz alta. Sus palabras eran silenciosas, susurros
murmurados. Me moví más cerca porque quería entenderlo.
Los guardias ya no me hablaban. Todo era manos y oscuridad. Él
terminó sus murmullos y me miró fijamente. Vi sus ojos;
quería contarme un cuento. Le mostré la cara, la barbilla, las
orejas, las mejillas, la frente, y pensé que nuestras narices
habían tocado, pero probablemente era mi imaginación. Mi cara le
habló, y su cara me habló a mí. En la mente, llené
el espacio negativo con colores como una foto de revelado. La cara tenía
un cuento también, e imaginé que él podía cantar
para mí. Empecé a cantar, pero la boca estaba seca y yo lloraba;
y los otros ojos volvieron a parecer asustados. Me pregunto si él
oyó mis palabras:
Somos de
la misma
sustancia que los
sueños, y nuestra breve
vida
culmina en un dormir. Estoy
turbada.
Disculpa mi flaqueza; mi mente
está agitada.
Los hombres
volvían a llevarme. Mis labios cansados continuaron moviéndose y
no creo que el hombre ya no me escuchaba:
No te
inquiete mi dolencia. Si
gustas,
retírate a mi celda y
reposa.
Pasearé un momento por
calmar mi ánimo excitado.
Ahora, hay
silencio. No sé dónde estoy. ¿Tal vez en mi celda? La
mente se ha calmado. Vi a otro personaje en el escenario pequeño que mi
vida ha hecho y ahora estoy contenta. Permitiré que las olas de la
penumbra me lleven. Ese sueño ha terminado. Espero haber hecho una obra
buena para el hombre...
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