Laura
Vaughn | Wofford College
Oda al porche de la calle
Ayer me senté en la mecedora
polvorienta. Los juncos del mimbre resistían el cargo
después de tantos años perezosos. Juntos nos
mecíamos, yo y esta silla artrítica
subíamos y bajábamos mientras el rosal del vecino
aparecía y se escondía tras la blanca barandilla.
Los sabios tablones de roble bajo mis pies descalzos comenzaron a
marcar su ritmo pausado. Su voz oxidada, su sonido vacío, me
contaron del lejano pasado mientras la pintura de los rieles se
desprendía en pétalos blancos y los helechos
comprendieron. Oh porche del pasado sonriente ¿Para
qué vigilan tus ojos cristalinos si ni hasta el aire se
mueve? ¿Por qué exhalan tus macetas suspendidas ese
olor del pasado si hasta las abejas prefieren encerrarse en su
colmena? Las cuerdas de roble me respondieron: se dice
que los moribundos siguen haciendo lo único que saben
hacer. Así que con un conmovedor esfuerzo final la
contraventana, de una mano, le aplaudió al roble; los helechos
se erigieron rindiendo homenaje; y por el viento anciano, el
saludo tranquilo del transeúnte, el chorreo de la manguera
rebelde, la risa del triste triciclo me llegaron. Entonces de
repente todo era silencio, todo era inmovilidad, todo era
calor, mientras el invierno subió por los peldaños.
Vi llorar a la mancha que dejó el último vaso de
té helado. Ni siquiera las abejas se asomaron para presentar sus
respetos. |