Jessica
Barrett, '08
Té rojo y sa moixeta
Este texto es un extracto de mi Proyecto de
Estudio Independiente (ISP) que realicé al final de mi año en ell
extranjero en Palma de Mallorca, Baleares, España. Al igual que muchos
de mis compañeros en Mallorca, enseñé inglés
durante mi estancia. Este cuentecito trata de una de mis estudiantes y las dos
lenguas que se hablan en Mallorca, y algo de la gente que las habla, forma, y
renueva.
Febrero se abate
sobre Mallorca con la fuerza de los halcones que mataban a todas las palomas de
la Plaza de Trafalgar en Londres (es decir, hasta que se quejaron los
londinenses y el alcalde tuvo que quitar los halcones que había hecho
poner para espantar a las palomas). Mientras jugamos a las cartas tomando
café en un bar en Sa Llontja, mi amigo Joan [Juan en
catalán] me ofrece un trabajo. ¿El cliente? Su madre, una
profesora que ya lleva muchos años hablando tres lenguas y que quiere
mejorar su inglés. Lo gano a un juego de "Spit" ("Escupe") y accedo a su
propuesta.
Antonia
está de baja por unos cuantos meses por una operación de hombro
que la ha dejado sin fuerza en un brazo. Acordamos una paga (me ofrece
más de lo que he pedido, y lo acepto agradecida). Empezamos la semana
siguiente. De altura media y de ojos azul claro y pelo rubio, no parece de
aquí, pero he llegado a reconocer el tipo rubio de Mallorca. No se
parece nada a su hijo más que en el temperamento. Es una estudiante muy
distinta a Lola, mi otra estudiante de tres añitos, si se considera que
se llevan casi cincuenta años. Antonia se ríe de mi
pronunciación neoyorquina y los tragos y bocados de palabras bajas y
nasales que suenan tan distintas de las del inglés retraído de
los británicos. Tengo que decirle varias veces de dónde soy,
"Connecticut," y no es hasta el mes de marzo que me dice un día que ha
oído la palabra en una serie estadounidense. Me río y le digo que
el nombre quiere decir "Big River," o "Río Grande," como me ha explicado
mi amiga española de filología inglesa (que sabe más de mi
país que yo), en la lengua de los amerindios locales, que no es la
nuestra, como la mayoría de nuestras palabras. Una cultura de cosas
prestadas, adaptadas, recreadas.
"I diuen que les
nostres paraules no han de ser d'altres llengues." Inclino la cabeza como si
hubiera entendido la frase catalana, pero idò.
La familia de
Antonia refleja más la vida norteamericana que cualquier familia
estadounidense que conozco: su marido, Llorenç, vive en Barcelona como
profesor de informática, y viene a Mallorca cada fin de semana para
estar con su mujer; Antonia vive aquí y trabaja también de
profesora, pero de niños minusválidos; y su hijo vive la
mayoría del tiempo en Madrid y a veces en Barcelona en su primer
año de trabajo informático. Una noche ceno con ellos, e,
ilusionados por practicar su inglés, Llorenç y Joan me toman el
pelo y me baten con cuestiones de mi país y su política, y claro
que me preguntan si soy una amiga del Señor Bush. Puedo decirles que mi
prima es una amiga íntima de la sobrina de nuestro presidente, y que
después del 11-S el Servicio Secreto, la guardia personal del presidente
de los Estados Unidos, tenía que seguir y vigilar a esta niña y
acompañarlos a ella y sus amigos cada vez que salían de casa,
pero les digo que el Señor Bush no es muy amigo mío; sólo
lo conozco indirectamente.
Mientras nos
hablamos así, los ojos avispados de Antonia van de acá para
allá para seguir la conversación, y supongo que experimenta ahora
la sensación peculiar de una niñez repentina y extraña que
me sobreviene también a mí a veces. Es difícil sentirse
tan humilde con tanta inteligencia que tiene. A veces me parece que mi mente no
se ha ampliado de ninguna forma, sino más bien que sus bordes se han
enturbiado. El otro día Marta, la pequeña sobrina de mi madre
española, y yo nos ayudábamos con los números catalanes,
un gran cuaderno de dibujos abierto delante de nosotras. Quinze. Setze.
Disset. La lengua hablada y escuchada es muy distinta de la lengua escrita,
y mientras pasan los meses, me he dado cuenta de que de vez en cuando me falla
mi inglés, que quiero torcer las palabras de esa manera flexible y
extraña que me parece tiene el español en vez de la
colocación correcta del inglés. Sin embargo, el español me
molesta con los bombardeos de preposiciones que alargan las frases (un fallo
fatal en inglés) y la falta de flexibilidad de las palabras para
intercambiarse entre sustantivos, verbos, y adjetivos. Ando con los dedos
extendidos para orientarme por esta tierra movediza, y mis pasos son vacilantes
y torpes. Bueno, puedo consultar uno de mis mapas, pero los huecos aún
no se han llenado, y después de seis meses, me pregunto si nunca se
llenarán.
¤ ¤
¤
El mes de marzo se
acerca a sus finales, e intento explicarle a Antonia la importancia del
Día de San Patricio para la región de Boston y sus alrededores
más allá del consumo desmesurado del alcohol y la marcha de los
universitarios del día 17. Culturas prestadas, las llama, aunque no de
una manera despectiva. Mejor dicho "borrowed," le digo, pero no existe un
equivalente en castellano. Cuando dejas que alguien tome una cosa tuya en su
posesión por un rato, prestas, o "you lend" esta cosa a esta persona, es
sólo una persona llevando a cabo una acción. El que pide prestado
algo a alguien se somete al prestador; no efectúa su propia
acción. Las costumbres prestadas de una cultura a otra, son reformadas,
moldeadas para llegar a ser costumbres completamente distintas de sus
orígenes. A veces las nuevas costumbres no son tradiciones, sino
más bien mercancías de la cultura popular, comerciables y
reciclables entre los pueblos. Mientras los irlandeses celebran el Día
de San Patricio en Dublín bebiendo tanto como nosotros en Boston hoy en
día, me imagino que San Patricio en sí mismo no tenía en
cuenta que pasaría esto cuando expulsó a aquellas serpientes de
la Isla Esmeralda.
Los últimos
años han visto una oleada sorprendente de la lengua gaélica en
los países gaélicos, incluso Irlanda, Gales, Escocia, y partes de
Inglaterra. Las lenguas minoritarias empiezan a desaparecer, Antonia me dice, y
si Franco se hubiera salido con la suya, las lenguas diversas que forman parte
de la geografía lingüística de España habrían
podido perderse. Los ojos de mi estudiante me recuerdan en este momento al
color del mar de su nacimiento, y de nuevo nos estamos descarrilando de nuestra
vía de clase de inglés, y seguimos otro camino. Esta vez toma
forma un paisaje de hace muchos años, una Mallorca ya invadida por
extranjeros y forasteros, pero no la Mallorca de nuestra época. Esta
Mallorca, que no se puede recrear en mis palabras inexpertas, respira de un
aire ahogado; las palabras que hablan no son las suyas propias.
La guerra se
fermenta. Un hombre lucha de la parte de los socialistas, y cuando los
nacionalistas llegan a la isla, tiene que ocultar a su madre en una cueva al
lado del mar. La madre está enferma, pero este hombre sabe que si la
encuentran los nacionalistas, la matarán. Los socialistas pierden la
parte de la isla en la que están, y mientras Joan y yo andamos otra
noche por una espesura de maleza baja, Joan me enseña marcas de disparos
apenas visibles en la roca que encuadra la vista del mar más
allá. Una vez definidos y cubiertos con trazos de pólvora, el
tiempo ha desgastado la inmediatez de su historia.
Allí abajo,
me dice, indicando más allá de un círculo de piedras
esparcidas, es donde escondían a su bisabuela. El abuelo materno de
Joan, el hijo de esta mujer escondida, era en verdad socialista, pero
tenía que fingir lealtad a la causa nacionalista y esconder a su madre
moribunda en una cueva al lado del mar. Además, no se llevó bien
con su hija durante muchos años, porque ella apoyaba en secreto a los
socialistas, y él, al parecer, no.
Detrás de
cada colectivo, me explica Joan, (en este caso, detrás de los
catalano-parlantes) hay una fantástica historia que va estrechamente
vinculada al idioma. Una historia interpretada desde una óptica
completamente diferente a la óptica que puede tener alguien que no
participa de la cultura catalana. (Desde el punto de vista él, se
corrige rápidamente, yo he participado de la cultura catalana
muchísimo dentro de mis posibilidades y considerando el tiempo que he
estado aquí. Guay.)
Las historias
moldean al pueblo, y todas las personas necesitan sentir que forman parte de un
colectivo, me cuenta Antonia, y ahora "Sa Moixeta," su gata, Clapada, me frota
la pierna. Nos llevamos bien, yo y esta gata. A la edad de dieciséis,
Antonia se fue a Barcelona, decepcionada con su familia en Mallorca.
Allí consiguió dos títulos, a los que aumentó con
dos más en los años siguientes. El catalán fue prohibido
en Cataluña, en Valencia, y en las Islas Baleares durante el reinado de
Franco. Es un hecho bien conocido y bastante estudiado, pero intento imaginar
en este momento el vago sentido de ahogar que he tenido en el pasado, al no
poder hablar ni comunicarme con las palabras en la manera en que me
venían. Es un traspié de la mente, una caída cada vez, y
mientras que la caída en sí misma suele ser emocionante y
pasmosa, nunca consigues el confort de andar tranquilamente entre una frase y
otra.
Todos necesitamos
sentir que formamos parte de algo mayor que nosotros, me repite, cuando noto
que el sol acaba de empezar su puesta detrás del contorno de pinos y de
repente encuentro raro que hablemos así a esta hora de la tarde. Estoy
de acuerdo con este sentimiento, pero al mismo tiempo me doy cuenta de que no
lo puedo comprender. Terminamos nuestro té rojo, y dejamos los libros
para otro día. |