Gustavo
Pérez Firmat
XIX
¿Y si las
palabras, como los objetos en la retina, dejaran imágenes en el cuerpo?
Dicen (decimos) los norteamericanos que eres lo que comes. ¿Y si
también sucediese que eres lo que oyes? ¿Lo que hablas?
¿Lo que lees? Si cada estímulo verbal se incrustara
indeleblemente en alguna parte del cuerpo, igual que se asimilan las comidas
por la vía digestiva, ¿no fracasaría entonces este
proyecto de repatriación lingüística?
Según
Alberto Ruy Sánchez, "todo lo que uno sabe, aprende, olvida o crea, pasa
por nuestro cuerpo. No somos ideas sino cuerpos con ideas" (Con la
literatura en el cuerpo). Corolario: el lenguaje que escuchamos, hablamos y
escribimos también es parte de nuestro cuerpo. Un cuerpo
bilingüe tendrá entonces su fisiología particular, pues cada
uno de sus órganos guardará la impronta de dos idiomas; y la
eliminación de un idioma, de ser posible, lo mutilaría. Para el
sujeto bilingüe limitarse a un solo idioma sería entonces como
respirar con un solo pulmón o bailar con un solo pie.
Al hacer estas
notas, varias veces he escrito on por en, sin darme cuenta después de
que se me ha «colado» el inglés en la frase.
¿Cómo escribir sin sabotearme? Allí es donde los dos
idiomas parecen tocarse, como en busca de una integración imposible,
allí está la conyuntura más sensible, el punto
neurálgico del bilingüismo. Por eso a veces pienso que el
daño más serio del exilio ha sido darnos la alternativa de vivir
en otro idioma, opción que con el tiempo se ha trocado en destino, en
desatino, en un inevitable doble sentido y sonido: la mente como cámara
de ecos.
¿Cómo
conjurar el eco, eco, echo, echo? El inglés retumba, me
tumba. Me tunde me aturde. Me bate, me abate. Conjura el echo, dice el
eco, haciéndolo resonar.
Hecho eco,
deshecho el echo: equilicuá , ecolicuá , ecolicuado.
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