Nicolás
Sánchez
Recordando a mi padre
Pedro Pablo
Sánchez nació el 29 de junio del 1906 en Santander, España
y murió este 15 de febrero en Santa Mónica, California. En unos
meses hubiese cumplido los 102 años. Estuvo casado con mi madre (que era
Cubana) por 30 años, hasta que ella murió, y cinco años
después se casó con una cubana que era viuda también. Su
segundo matrimonio duró por 35 años más, cuando
enviudó por segunda vez a la edad de un siglo.
La vida de mi
padre fue inverosímil. Llegó a Cuba como inmigrante a los 20
años, trabajó de panadero, se hizo dueño de dos o tres
panaderías, vendió los negocios y retornó a su querida
España, ya casado, en 1935. Se retiraba joven del trabajo, pues
quería dedicarse a la enseñanza; pero Dios dispuso otra cosa,
haciéndole militar y haciendo que tomara parte en la terrible Guerra
Civil española. El y mi madre pudieron regresar a Cuba en 1938, huyendo
a través de Portugal. En España perdimos a mi hermana mayor, pues
mi madre tuvo experiencias horribles poco antes de su nacimiento,
escondiéndose en cuevas debido a los bombardeos alemanes en el Norte de
España.
Los años
después fueron difíciles para ellos, tratando de reorganizar sus
vidas. En Cuba nacimos dos varones y una hembra, que éramos el orgullo
de nuestros padres. Papá, ya de mayor (¡en los cuarenta!) fue a la
universidad y sacó un título en publicidad; mi hermano lo
tenía que ayudar con clases obligatorias de matemáticas-pero nada
permitía que mi padre se echara para atrás. Desgraciadamente,
cuando estaba en los cincuenta se estableció el Fidelísimo en
Cuba, y a los 55 años tuvo que emigrar por tercera vez, empezando de
nuevo en América. Mi madre murió al principio de este exilio y
Papá se casó con otra mujer ejemplar. Trabajó hasta los 68
años y el resto de su vida lo dedicó a su esposa y a su
jardín.
Los que
conocían a Papá siempre quedaban impresionados. Hablaba un
castellano preciso, que ya poco se escucha en la propia España. Contaba
tristes historias de la Guerra Civil, pero a pesar de esto mantenía una
actitud positiva y optimista de la vida. Mi esposa siempre dice que nunca le
oyó hablar ni de la muerte ni de las enfermedades. Leyó libros
largos hasta poco antes de morir. Le gustó tanto El Código da
Vinci que pidió otros libros del mismo autor. Podía recitar
poesías clásicas españolas de memoria, y era un
fanático de Hillary Clinton, a quién le escribía cartas.
Nunca perdió ni su mente ni su memoria.
Hasta los 80
años, Papá tenía la salud de un mozo, y después
solo padeció de pequeños achaques. Manejó su auto en Los
Ángeles hasta los 97 años, y viajó a España a los
100 y los 101 años, en compañía de mi hermana.
Había regresado a su patria después del Franquismo,
recorrió varios países europeos, y me visitaba en Massachussetts
cada tres o cuatro años. En una de sus visitas subió las
escaleras del Bunker Hill Monument, nada menos que a los 90 años y
¡descalzo! Sin embargo, se negaba rotundamente a visitar a México,
pues allí muchos miembros de su familia fueron asesinados durante la
Revolución Mexicana a principios del siglo XX.
Mi padre
tenía sus defectos, como todos los tenemos. No podía comprender
porqué la gente se enfermaba y nos decía a todos que era porque
no teníamos cuidado: quería que tuviéramos mejor postura,
mejor respiración, buenas dietas, que no se bebiera alcohol, y que no se
fumara. No le gustaban las fiestas, sino sólo leer y aprender. Nosotros
tres, debido a él y a mi madre, terminamos doctorados en universidades
americanas. Como la mayoría de los españoles, tenía
opiniones enérgicas acerca de la política y la religión, y
algunas veces era difícil mantener un diálogo con él.
Papá fue un
buen hombre, dedicado a su familia, su trabajo y su propia educación. De
retiro tomó con pasión la jardinería. Con sus hijos
insistió que hiciéramos lo que nos gustara, ganáramos
más o menos dinero. Nos apoyó siempre, y nunca quiso que
fuésemos españoles, sino cubanos y después americanos,
pues estaba agradecido a Cuba y a los Estados Unidos por haberle brindado
muchas oportunidades. Nunca pudo hablar bien el inglés, pero sí
lo leía sin dificultad.
Papá
murió contento, siempre preguntando por el bienestar de sus hijos,
nietos y biznietos. Era querido por muchos. Mi esperanza ahora es que
allá en la tierra celestial pueda conocer a la madre que nunca
conoció, pues quedó huérfano de madre a la edad de dos
años. Estoy seguro que ella lo protegió a través de un
siglo. Le doy gracias a Dios que mis abuelos Manuela y Nicolás tuvieran
un hijo que después fue mi padre. Que ahora descanse en paz. |