Glaucanor
Yue
La espada y la rosa
Oh, cuán
benigna, lirio de la castidad, pura infante con mejillas como pétalos de
cerezo, tu piel tiene la gracia de las rosas y tus ojos delatan en ti agua
clara de un pozo fresco y poco profundo. Yo, que soy espinas y fuego, vengo
sediento de tu carne fresca, de la bondad de tu ser, de tu naturaleza ingenua.
No es que desee asemejarme a ti, jamás se me ocurriría cambiar mi
sólido poder por tu breve pureza, no, yo vengo a ti para estar contigo,
no para ser tú. ¿Podrás acaso comprender alguna palabra de
lo que digo? ¿Serías capaz de ver las negras profundidades
abismales de mi turbio ser? ¿Podrías soportarme si te revelara
quién soy? Ciertamente me aborrecerías más de lo que yo a
ti al golpearme en el duro fondo pétreo de tu estanque. Pero tus
caricias me nutren y reconfortan, y tu serenidad me ayuda a cerrar mis heridas
y reanimar mi muy guardado fuego, hoy tan acobardado. Tú gozas de verme
a tu lado, de sentir mi fuerza en tus manos sin sufrir su verdadera naturaleza,
y te complaces en jugar con ella sin comprenderla. Así debe concluir con
la aurora nuestro breve ritual de intercambios epidérmicos, y repuesto
cada uno en lo que buscaba, márchase antes de enfrentar el horrendo peso
del alma ajena.
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Vengo de más allá del
horizonte
Vengo de más allá del
horizonte de esa línea delgada y filosa al extremo sur de la
Florida tras la cual, al no alcanzar tus ojos, proyectas tus
sueños libremente, estiras tu mano ciega y confiada hacia la
oscuridad y plantas una etiqueta en mi rostro; me miras miembro de un
mundo de montes magnéticos y mates milagrosos y que soy parte
idéntica del único universo que creaste sobre mí. Esto
soy: Dinastías de cien años Sombreros y maracas El
oro de los inkas Papa, yuca y camote Píquese velozmente y
cómase en un rap con mucha salsa. En mi carcasa vacía
produces magia para ti mismo. |