Estrella
Cibreiro
Paso a paso, letra a letra
Viajé mucho este año, aunque
apenas recorrí kilómetros. Viajé sin desplazarme, desde mi
mecedora preferida, con movimientos sigilosos, casi imperceptibles. Y, sin
embargo, me fui lejos. Muy lejos. Lo abandoné todo por llegar a otros
lugares, por explorar nuevos territorios, por pisar páramos
desconocidos, deshabitados. Viajé sola, sin equipaje, y sin que nadie se
percatara de mi ausencia.
Tracé un itinerario textual y literario
para mis viajes solitarios. Un itinerario a la vez abstracto y tangible,
imaginario pero real, que me trasplantó no sólo a otras tierras,
sino a otras vidas, muy lejos de la mía. Mis viajes me trasladaron a los
recónditos huecos del palpitar humano, a través de varios
continentes y diversas épocas. Tan lejos que a veces temí
perderme en la distancia sin saber regresar. Temí perderme en las vidas
ajenas que tan rudimentariamente habité. Me cautivaron esas vidas, esas
existencias tan distintas a la mía y tan lejanas a mi propia
geografía. Quise absorberlas, ingerirlas lentamente, convertirme en
caníbal.
Mi itinerario me llevó a los paisajes
ariscos e impenetrables del alma humana, desde China hasta Afganistán,
desde Arabia Saudita hasta la Norteamérica sureña y el continente
africano. Viajé de palabra en palabra, trepando por el montañoso
paisaje de cada página, rodeando los sinuosos ríos de cada
capítulo, cada letra convertida en decidido paso, cada paso en
insólito descubrimiento.
Cuanto más lejos me fui, sin embargo,
más me acerqué a mis propios contornos, como si el habitar esas
vidas ajenas me aproximara más al perímetro de mi pequeña
y cotidiana existencia. Cada vez que ingerí sus lágrimas,
ansiedades y alegrías, saboreé a la vez los manjares de mi propia
felicidad y amargura. El ponerme en su lugar me trajo de vuelta,
asombrosamente, a la superficie de mi tenue sitio en la tierra. Me sentí
tan cerca... y tan lejos-de ellos y de mí.
Mis viajes este año culminaron con una
etérea fusión de mis dos domicilios: el de mi lugar de destino y
el de mi lugar de residencia. Esas idas y venidas, bajo el ritmo uniforme de mi
mecedora al sol, se convirtieron, en última instancia, en una
oportunidad de encuentros, una ocasión para reconocerme en los
habitantes de mis páginas y regocijarme por la humanidad compartida-esa
humanidad tantas veces perdida, desechada, pisoteada. Línea tras
línea, me vi a mí misma en los ojos de mis personajes, me
oí en sus suspiros, me lastimé en su dolor. Viajé para
identificarme con ellos, para vivir dentro de ellos, ocupar su espacio, hasta
que los latidos del corazón, míos y suyos, al unísono,
penetraron una y otra vez en los huecos indomables del espíritu
benevolente de la esperanza humana... paso a paso, letra a letra. |