Katherine
Poulson '10
La lámpara de techo
Mi primer
día en León, casi rompí una lámpara de techo. Me
acuerdo de todos los detalles de ese día. Después de cuatro horas
en el tren y cinco minutos en un taxi, llegué al piso en la calle Miguel
Zaera. La mujer con la que iba a vivir me mostró el piso, me dio las
llaves y me dejó a deshacer las maletas enormes. Todo pasó muy
rápido, un torbellino de una lengua casi imposible de entender y algunos
gestos aclaratorios. Mi habitación era pequeña, con paredes
pintados un verde brillante, un póster de Audrey Hepburn y esa
lámpara de techo grande, colgando por encima de la cama. Estaba en un
estado de choque. Quería volver a los Estados Unidos, a mi familia, a un
mundo familiar. Traté de eliminar este sentido de tristeza,
concentrándome en el acto de deshacer las maletas metódicamente.
Saca una camiseta, ponla en el armario. Cuelga los pantalones. Dobla el jersey.
Repite. No llores. Cuando había vaciado la maleta más grande, la
levanté, intentando a ponerla encima del armario. Pero en el proceso la
maleta golpeó a la lámpara de techo. Observé con un
sentido de horror, mientras la lámpara osciló violentamente como
un péndulo descontrolado. Traté de agarrarla para parar el
movimiento pero ya parecía dañada. Parecía como iba a
caerse del techo en cualquier momento. Estaba desesperada. ¿Cómo
voy a explicar esto? ¡Va a caerse encima de la cabeza durante la noche!
Pensaba en decir algo, pero me parecía más fácil callarme.
Coloqué las maletas sobre el armario (con más cuidado esta vez),
eché un vistazo a la lámpara una vez más, susurré
un rezo para ella y yo y fui a la cocina para mi primera cena en León.
Los españoles dicen que el tiempo
pasa volando. La mujer con la que vivía tenía una
interpretación más dramática. Cada noche me sentaba en la
mesa de la cocina para cenar y ella me decía, en un tono muy serio,
"¡Ayyy, cómo pasan los días! Tú no sabes porque eres
muy joven, pero un día vas a entender." No soy tan mayor y sabia como
ella, pero con tiempo, entendía. Los días, las semanas, los
meses, pasaron volando. Los viajes por Europa, los caminos por las calles
estrechas de la ciudad, los paseos en autobús a la universidad pasaron
volando. Y a veces, cuando estaba en mi habitación, echándome en
la cama, levantaba la vista a la lámpara de techo. Siempre
parecía rota, a punto de chocar al suelo y astillarse en un
millón de fragmentos. En estos momentos siempre me acordaba de ese
primer día, cuando pensé que nunca me acostumbraría a esta
vida y le daba las gracias a la lámpara por sobrevivir.
Mi último día en
León, casi rompí una lámpara de techo. Estaba haciendo las
maletas, tratando de reprimir tantas emociones contradictorias; la tristeza por
despedirme de España y la felicidad por volver a Estados Unidos por la
primera vez en diez meses largos pero cortos. Saca una camiseta del armario,
ponla en la cama. Dobla los pantalones. Repite. No llores. Cuando la cama y el
suelo estaban cubiertos de montones de ropa, intenté a alcanzar la
maleta más grande desde encima del armario. Estaba cubierta de una capa
de polvo porque no la había tocado desde septiembre. Pero en el proceso
la maleta golpeó a esa lámpara de techo. Observé con un
sentido de horror, mientras la lámpara osciló violentamente como
un péndulo descontrolado por la segunda vez. Traté de agarrarla
para parar el movimiento pero ya parecía dañada. Creía que
iba a caerse del techo en cualquier momento. Mi estancia en León
había vuelto a su punto de partido.
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