Julián
Escarraga, '14
La pasión del cóndor
Mi alma gime, gime de horror. Cuánta
sangre y violencia que aterroriza mi corazón. En la mañana
canto lamentaciones monotonitas de condenación. ¿Por
qué es que mi gente sufre por los errores de nuestra antigua
generación? Se dice que mientras más viejo el vino es mejor,
y a través de los años se cierran las heridas del
corazón. ¿Y por qué será que mientras
más tiempo pasa, menos se aprende y no se mejora la situación?
¿Cuál es la causa de nuestra opresión? Nuestra
cultura y nuestra pasión, no reflejan el sufrimiento del día
de hoy. El corazón de mi gente lo llevo yo. Cuán grande
es el yugo de nuestro dolor. Las lágrimas de sangre las lloro yo.
Llantos de mi gente que solo se evaporan. Gemidos silenciosos,
invisibles e ignorados. Nuestro sufrimiento es como el cáncer no
diagnosticado. Te come por dentro sin saber qué es. Mas oye,
pueblo mío. Las naciones del norte y del noroeste disfrutan nuestro
padecimiento. Cortaron mi ala izquierda, llevando nuestras riquezas al
cautiverio. Burlándose disimuladamente detrás de una cara de
compasión. Ellos son la calamidad de nuestro corazón.
Diciendo que son los buenos samaritanos de esta generación. Cuya
cultura lleva a nuestra auto-destrucción. ¿No ves que se
alimentan, como parásitos, de nuestras fuerzas. Pero ¡ay!,
estos lobos inhaladores disfrazados de blancas ovejas. Llegará el
día de vuestra recompensa. ¿No sabéis que lo que se
siembra se recoge? ¿Y lo que se cosecha se recogerá?
Pensáis que sois buenos, pero en verdad vuestros frutos os delatan.
Estáis podridos, lo puedo oler, os estoy vigilando. Estoy
esperando, esperando el momento de ruñirte. No veis que casi
estáis muertos. Ya veréis, veréis que los
últimos serán los primeros. Pronto, mi gente, pronto seremos
los primeros. Desde el Río Putumayo hasta el Delta del Magdalena,
anidaremos tranquilamente por la cordilleras. No falta mucho, sé
paciente, espera, mi polluelo. Nuestras perlas no serán nunca
más echadas a los cerdos. |