Brooke
Cunningham, '13
La gente que dice todo
Bajo del tren y
empiezo a caminar hasta la salida. Veo un grupo de madres españolas y
una mujer que tiene el pelo rizado. Me da un vuelco el corazón. Casi no
puedo coger las maletas porque las manos están sudando profundamente.
Nunca en mi vida he estado tan nerviosa como en este momento. Me acerco al
grupo, y la mujer con el pelo rizado me presenta a mi madre,
Angelines. Angelines tiene una estatura baja, y el pelo moreno y largo. Tiene
una sonrisa grande y me parece muy maja. Ella coge una de las maletas y vamos
al coche. No hablo mucho en el coche porque tengo nervios de estreno. Llegamos
al piso y subimos en el ascensor. Angelines me dice, Estás muy
pálida, ¿no te gusta ir a la playa? Me pongo roja
inmediatamente. No puede ser. Digo que sí, que me gusta ir pero que es
verdad, que todavía estoy muy pálida. Conozco a esta mujer
durante solamente veinte minutos y me dice esto
No lo creo.
Antes de venir,
escuché mil veces que la gente española es muy directa, pero sigo
sorprendiéndome cuando oigo algo tan directo como la historia que acabo
de contar. Angelines es la persona más directa que he conocido
aquí. Por ejemplo, no hay mucha comida que me gusta, y se lo dije a
Angelines en el primer e-mail que le envié a ella, pero estoy probando
todo lo que ella cocina. Una noche, estábamos sentadas en la mesa de la
cocina, cenando, cuando ella me dijo, No estás tan delgada para lo
que comes. No sabía qué decir. Me pregunté a
mí misma si ella me había llamado gorda. Decidí que no
puedo pensar tanto en estas cosas porque me volvería loca. Es diferente
en los Estados Unidos porque en vez de decir que una hija está gorda,
una madre le diría, ¿Piensas que deberías comer
estas galletas?
Sin embargo, lo
directo no va más allá de lo que dicen las madres. Cuando estamos
en los bares, con poca luz y muchísimas personas, los chicos son muy
directos. Una vez, había un chico con pelo moreno y un poco largo.
Tenía el rostro redondo y una estatura alta. Estaba caminando desde un
lado del bar al otro, y pasé detrás de él. Este chico
extendió la mano para tocarme la barbilla. Me sorprendió
muchísimo su atrevimiento. Evité su tocar y le di una mirada
llena de odio. Últimamente, él estaba enfadado conmigo por la
mirada. Los chicos en los Estados Unidos pueden ser maleducados, pero nunca he
tenido una experiencia así en Holy Cross. |