Rocío
Oré Vásquez, FLA '04-'05 (Perú)
Los techos y los hombres
Durante todo un día de
otoño, triste, oscuro, silencioso... La caída de la casa
Usher (E.A. Poe) |
En la
habitación ya no había nadie. Mi hermano nos había dicho
que había tenido suerte.
"El techo
cayó cuando yo estaba abajo. Bonnie (nuestra perrita) estaba echada. De
pronto me estiré en la silla, me paré, abrí la puerta y me
fui a la sala. Afuera en la calle había poca gente. Desde el
balcón del segundo piso vi como siempre el parque. Me fui a la sala.
Allí, en ese momento, pasó todo".
Cuando
llegué, el techo era ya el recuerdo de donde antes aún filtraba
la lluvia. Cuando llovía, pequeños ríos se formaban
dibujando el techo con caminos delgados. Se escurría por las grietas que
ya se habían formado. Sabíamos que en algún momento
caería, que se haría pedazos, que nos destrozaría las
espaldas si alguien tenía la mala estrella de estar bajo el mismo en el
momento de desprenderse. "Pero cuando será eso" pensamos a falsa
fe de peruano. Cuándo...
Entonces supe que
hasta la vecina había escuchado el estruendo, aquel impromptu que
nunca nadie vio venir, pero que sin embargo todo el mundo sabría que
vendría. Ella, desde su lado, escuchó como si algo reventase con
tal fuerza que le hizo volver en el tiempo unas decenas de años.
Abrió la ventana con rapidez y al instante la cerró. Gritó
balbuceando, inquiriendo alguna respuesta en su breve sentencia. Quizás
gritó algo más, nunca nadie lo escuchó. "La curiosidad
mató al gato," nos dicen. Pero el miedo mata al gato y la curiosidad en
un solo segundo de terror.
Ese techo se hizo
después de que mis primeros cuatro hermanos nacieran, así que no
había nada cabalístico, nada de predestinación ni misterio
en su hechura ni en su construcción. La superstición que todos
los días respiramos en los treces, los sietes y (ahora) hasta los
treintaiunos no acertaron en ninguna de las esquinas del techo hundido y
desparramado como panza de burro sobre el suelo. El cemento que antes
había ajustado los ladrillos apestaba a sucio y a úrea (he
allí un secreto al descubierto, pero ningún misterio), el tubo
del fluorescente había reventado y aunque no el cielo, de algún
modo, era un nuevo firmamento el que se veía al entrar al cuarto de
estudios como siempre lo llamamos.
Ahora mi hermano
se había convertido en el objeto de fe (tal y como había sucedido
ya tres veces, motivo por el cual eso de a la tercera va la vencida
tampoco era tan cierto para nosotros). Suerte la suya; no estuvo ni siquiera
para presumir y decir que había podido esquivar las astillas que se
incrustaron en el suelo, ni una sola esquirla había rozado sus piernas o
brazos, ni siquiera Bonnie tenía un rasguño. Las conversaciones
de tan esperado (y a la vez, inesperado suceso) se extendieron hasta entrada la
noche. Hubo Inca Kola entre los pocos que se animaron a repetir la historia,
como buscando algún nuevo detalle que compartir y ver si podía
averiguarse más de ese momento que nadie vio pero que todo el mundo
narró. Toda esa agitación se recordó hasta el día
siguiente.
Llegué a
casa quizás algo temprano. A media tarde, ya no se recordaba el suceso,
sino se esgrimían planes de acción. Escuché que se
construiría un nuevo techo, uno más fuerte, uno resistente y
hasta se dijo que no era necesario construir uno nuevo, sólo repararlo,
era después de todo una caída.
A los dos
días, vi a mi hermano hacer lo propio con el cuarto contiguo. Escarbaron
el techo de la sala. Cayó. El estrépito era esperado.
Sólo por si acaso.
A la semana se
escarbó todo y durante el mes siguiente se pulió y sacó
todo lo que se pudo sacar.
A los dos
años llegó a visitarnos mi hermano, que vive fuera. Le contamos
que no había sido sólo el techo. Había sido UN MILAGRO.
Inspeccionó ambos cuartos y sugirió, como buen ingeniero un par
de salidas. La palabra dinero tosió en inesperado eco. Hubo más
Inca Kola, después de todo, algo tenía que calmar la sed.
Han pasado cinco
años. Quizás 6. Ya no lo recuerdo.
Ahora, dentro de
esta casa que en sus esquinas tiene huellas de pulgares y moho de verano, mi
cuarto amenaza con recordarnos el MILAGRO.
Es curioso,
presiento que la casa empieza a cobrar vida, y que el único sitio
habitable, pronto será estar no en ella, sino frente a ella. |