Roselien Reyes,
'14
Lo que se pierde los domingos
La historia de
buen karma comenzó el jueves pasado. Yo estaba en el cuarto de
computación de O'Kane cuando encontré un USB en la computadora
que estaba usando. Mientras miraba el aparato gris, pensaba en lo mucho que me
molestaba perder mis pertenencias y en lo frecuente que ocurría. En ese
momento decidí contactar a la dueña del aparato. Yo le
mandé un mensaje por su correo electrónico guiándome por
el nombre de usuario que vi en la pantalla de la computadora. Fueron pasando
los días y la dueña del USB no llegó a recogerlo. Tampoco
nadie se atrevió a robárselo. Aquí sentada en O'Kane
todavía puedo ver el aparato mientras narro esta historia.
El domingo me
levanté bastante temprano para ir a la iglesia con mis amigos. No estaba
muy contenta de asistir al servicio porque me había acostado muy tarde
y, para colmo, teníamos que caminar a la iglesia a pesar del frío
terrible de las mañanas de Nueva Inglaterra. Mientras caminaba, un poco
enfadada por las circunstancias, con mis cuatro amigos por las calles sucias
pero llenas de vida de Worcester, ¡me di cuenta que había perdido
mi USB! Caminaba por las calles llenas de basura que parecían
formar parte de un mundo totalmente diferente a la vida protegida de Holy
Cross, y pensaba en que nunca iba a encontrarlo. Pensé, "¿Esto es
lo que me pasa por ser una buena muchacha?! ¡¿Voy rumbo a la
iglesia y pierdo mis cosas?!" Hacía como tres semanas que había
ordenado mi USB por la página popular de internet eBay pero, sin
darme cuenta, había puesto la dirección de mi casa en Lawrence, y
no la de mi residencia en Holy Cross. Por este error mi madre tuvo que
mandármelo por correo postal. En total, mi USB costó como veinte
dólares, muchos días de expectativa, y bastante esfuerzo.
Después de
rellenar los oídos de mis amigos con mis lamentaciones exageradas,
llegamos a la iglesia. Emprendimos ese viaje porque la iglesia era hispana y
creíamos que nos íbamos a sentir más a gusto allá.
La gente era muy amable, y la iglesia era enorme y bella. Se sentía una
paz y tranquilidad y quizás lo más importante: un sentido de
comunidad. Al final de la misa hasta nos llevaron de regreso a Holy Cross.
Durante el
día me fui acostumbrando a la idea de no tener mi aparato; en otras
palabras, me di por vencida. Ya con la llegada de la noche estaba más
tranquila y dejé de atormentarme por mi falta de cuidado.
El lunes por la
mañana, cuando mi cuerpo pasaba por la etapa de sueño profundo y
se dirigía a la etapa en que cualquier cosa me podía despertar,
oí a alguien tocando la puerta de mi dormitorio. Pensé que era
uno de los amigos de mi compañera de cuarto y le dije a ella que abriera
la puerta. Enfadada, abrió la puerta, mientras yo rápidamente
comenzaba a recuperar el sueño. Mi compañera regresó al
cuarto velozmente y me dijo que un oficial de seguridad había
traído mi USB. Yo me quedé acostada, pero en mi rostro se
formó una gran sonrisa. Pensé: "Dios provee; no debo darme por
vencida y pensar que él me castiga, y menos por pequeñas
estupideces." Me di cuenta que quizás esto fue una forma de milagro o
una pequeña recompensa por ser honesta en el pasado. |