Brenda
Rosarío, '14
El taíno
En la vida de cada
persona, siempre hay un evento o eventos donde lo que es
psicológicamente normal o lo que la sociedad te hace pensar que no es
posible, cambia. Uno de estos eventos hizo su aparición en mi vida
cuando tenía unos nueve o diez años. Cada vez que iba para la
casa de mamá, mis primos y yo acostumbrábamos a pasar tiempo en
el río; aunque sólo fuera por algunos minutos. Uno de esos fines
de semana, después de limpiar la casa y de darles de comer a las
gallinas, nos dieron permiso para que fuéramos para el río. Nos
pusimos los trajes de baño y corrimos a través de la cerca que
parecía iluminarse con su hierba verdosa.
"¡No me
dejen detrás! ¡ No quiero que me cache el toro!" grité, ya
que llevaba un suéter rojo.
Cuando llegamos
al río, tomamos tiempo para admirarlo. Era un río de agua tan
cristalina que podías ver las rocas y la arena que estaba bajo el agua.
También podías ver partes donde el fondo del río era muy
oscuro; esas eran las partes donde era más hondo. Diferentes
plantaciones de matas y árboles gigantes hacían sus desfiles
alrededor de él, haciendo que el lugar se viera más oscuro.
Habían muchas leyendas de cosas inusuales que las personas de este campo
solían ver algunas veces, como fantasmas y formas de animales
inexplicables que rondaban detrás de los árboles. Como
niños, nos llamaba la atención y nos fascinaba oír las
historias y cuentos de las personas mayores. Muchos daban muchísimo
miedo, pero al fin y al cabo el amor que le teníamos al nadar era
superior a nuestros temores. Nos tiramos de cabeza al agua, que se
sentía tibia porque era mediodía y los rayos del sol la
calentaban. Me encantaba fingir que era una sirena y que podía respirar
bajo el agua, así que me pasaba la mayoría del tiempo buceando.
Mis primos se salpicaban y jugaban a la petosa (un juego en el que uno de los
jugadores corre o nada detrás de los otros hasta tocar a alguien
diciendo ¡Te la pegué!). Ellos eran mejores nadadores que yo,
así que podían jugar en las partes más hondas del
río mientras yo me quedaba cerca de la orilla. Podía oír
sus risas haciendo música debajo del agua. Esto me hacía sentir
protegida mientras yo exploraba el mundo acuático que se formaba
enfrente de mis ojos. De repente sus risas se detuvieron y surgí para
ver si estaban bien o si me estaban haciendo una broma y me habían
dejado sola. Al contrarío, ellos estaban paralizados y sus miradas
estaban fijadas en el otro lado del río.
"Ustedes,
¿qué están mirando?"les pregunté.
Cuando me
volteé hacia donde ellos estaban mirando, mi corazón paró
de latir y contuve mi aliento. Detrás de una mata que estaba a unos pies
de nosotros, había un hombre con una rodilla en la tierra
acechándonos. Era de piel canela con pelo negro azabache. Sólo
estaba vestido con una tela sostenida por dos lazos que estaban amarrados a su
cintura. Su cara estaba pintada debajo de los ojos con color blanco y
tenía una soga amarrada a su frente. Su mirada era fría y
consistente. No decía nada y aunque no estábamos parados en el
mismo lugar, parecía que nos podía ver a todos sin mover sus
ojos. Parecía como si el tiempo se hubiera parado y sólo se
podía oír el río cauteloso. Se me empezaron a parar los
pelos del cuerpo porque me sentía como si hubiera otras personas que
también nos estaban mirando. Lo que me daba tanto temor era que el
hombre que estaba enfrente de nosotros era un taíno. Los taínos
eran indígenas de mi país que vivieron muchos años
atrás y fueron objeto de los abusos de Cristóbal Colón en
el año 1492. Repentinamente, fue como si despertáramos de esta
pesadilla, corrimos hacia la casa. No podíamos hablar ni sabíamos
qué hacer. En la casa no había nadie. Me obligué a mirar
hacia el río, temiendo que el hombre nos hubiera perseguido, pero
sólo estaban las vacas. Esperamos hasta que nuestros padres llegaron y
les contamos lo que pasó. Al principio pensaban que era mentira pero
después nos creyeron y nos dieron un abrazo. Nunca en mi vida
había estado tan asustada y el recuerdo se me ha quedado clavado en la
memoria.
Cada vez que mis
primos y yo nos reunimos, siempre hablamos de ese día tan raro. Esa fue
la única vez que tuve la bendición y maldición de llegar a
ver un taíno. Ahora cuando voy al río, tengo que ir con muchas
personas o ir un poco más para arriba donde no es tan oscuro y
misterioso. |